De cien en cien
de mil en mil
por los caminos van los haitianos
desplazados por el tronar del fusil.
Haitianos que caminan entumidos, safornados,
con los pies inflamados
y bolsas de plástico para proteger sus pasaportes.
No han parado de hacer ruido las cadenas
de la esclavitud en sus pies
en sus muñecas
en sus sueños;
la selva amazónica se convirtió
en un hervidero de violanciones sexuales masivas;
un río lleno de cuerpos negros muertos:
cuerpos muertos de mujeres negras embarazadas de sus hijos negros muertos,
cuerpos de niños negros, muertos
cuerpos de adultos negros, muertos.
Mientras los cuerpos vivos
intentan pasar el río que los muertos
no pasaron,
un río que llora sangre y es testigo
de cómo los paramilitares y coyotes
extorsionan a los migrantes que huyen de
sus países,
mientras las autoridades
siguen buscando nuevos premios de paz,
mientras las comunidades indígenas siguen siendo desplazadas por la violencia.
Miles de cuerpos flotan en los ríos,
miles de cuerpos caminan
por los caminos de nuestra América
para llegar a un país que los repudia
y los azota como ganado
en la frontera.