Con la prontitud de un desaire, brota la tristeza.
Se amplifican ante el espejo todas las rarezas,
la asimetría de las cejas, lo ovalado de nuestra cabeza,
lo opaco del cabello, lo curvo de los dedos; de la piel, su aspereza.
¡Andamos por la vida tan inseguros!
Buscamos, constantes, cómo disfrazar nuestra belleza,
cubriendo con trapos de colores nuestro cuerpo,
con sombreros, anteojos, zapatos; pieles de animales muertos.
Será libre quien se anime a revelar su desvisto pleno,
despreocupado por la opinión del ojo ajeno.
Soberano, espléndido de mostrarse por entero,
natural, como recién llegado. Verdadero.
Asumidos imperfectos. ¡Bellos!
Sin ocasiones, estatutos, escalafones ni títulos.
Sin disimulos; florecidos y despeinados,
regocijados por lo que se nos ha dado.
Hemos venido al mundo como humanos
¿Será, quizás, que nos negamos a aceptarlo?
Nos avergüenza lo que nos hace ser.
¿Se imaginan ustedes al león arropado?
¡Desnudos! A piel expuesta.
Frágiles ante el frío; vulnerables ante el sol.
Amadores del otro por su brillo interior y
seductores por atributos igualados. Humanos.
Asexuados; sin cánones ni exigencias.
Sin los pudores ni las fantasías que provoca la desnudez,
asentir la madurez como parte de la vida,
y que el único adorno, sea una sonrisa.