Después de la lluvia se vistió la sorpresa
tan tímida por las calles meditabundas;
de pronombres su rostro alumbra sin promesa,
de adverbios sus manos se plantan moribundas:
Cuán altiva fue la corriente en el ocaso
que perduran entre caminos los de Oriente;
aquellos dardos del profeta independiente
ya se derraman en los cánticos del raso.
Me advertí al tiempo los encantos del güipil
porque del campo fue la voz que terminaba;
y la costumbre tan oculta me hostigaba
fui perdiendo las murallas en gran senil.
Salí por el campo inundado sin consuelo
adjurando que en mis ideas sorprendentes
pues, inhóspito fui testigo del recelo
y los gritos susurrados en los presentes.
Y fui encontrando ya por ellas las salidas,
sin poder hallar nada si es que acaso era algo,
pues el silencio germinaba como un galgo
las sabanas que ya crispaban abolidas.
De repente, por caminar muy sorprendido
tras las pistas inundadas por el fracaso;
la corriente arrancó la pena y el olvido
lo que en súplicas con sonrisas fue el gran paso.
Y me susurró de repente el oprimido
en consigna de su miseria desdichada:
¡Oh gran señor! Una moneda yo he pedido.
Y yo asustado no le pude decir nada.
Y repitió con aquel llanto mensajero
en sus ojos ya se veía el sufrimiento:
¡Señor tenga piedad de mí, le soy sincero!
Porque de hambre, ya voy penando no le miento.
En su cabello yo notaba el pauperismo
ya que encerraba sus palabras de alameda,
y por la calle que se inundó de espejismo
ya me rogaba el oprimido la moneda.
Y ya desierto tras la brisa prepotente
lo veía sin creerle la gran fachada
y por el alma me obstinaba en su mirada
que por conciencia me portaba mala gente.
Y por el tiempo de plegaria lacerada
se fue perdiendo por la calle sin medida;
y pensé tristemente en su voz quebrantada
la gran verdad omnipresente de la vida.
Luego de estar en el semblante aparecido
regresé inmóvil por el campo y la arboleda;
si un hambriento se logra ver entristecido
dad al pobre si en luz nos pide una moneda.
Samuel Dixon (nicaragüense)