Cuando en aquel ser amado, aún estén inquietos sus dedos, por vivir,
Y sus labios departan con amor, y al mirar, aprecies sus manos sonreír.
Ofrécele, una flor…
Que por modesta que sea,
Será fina joya,
Que alegrará su corazón.
Cuando su cuerpo duerma, y se cansen sus ojos,
Las más finas flores, en el camposanto se perderán,
Entre desoladas y lúgubres bóvedas se marchitarán.
Aunque, con ningún dinero, compres el día de mañana.
No obstante, son pocos los ojos que esperarán ansiosos,
La guapa aurora, vestida con su encaje de sol precioso.
El ayer y el ahora, son un innegable e invaluable regalo de Dios.
El día de mañana, ya está reservado, para los más afortunados,
Algunos felices, otros olvidando el milagro, lloran como infaustos.