Repentinamente caen nubes
cenizas encantadas lumbres prodigiosas
y del cielo, ascienden desde la nada,
gritos y unos robustos pasos, cercanos.
Me adhiero a las paredes, a su silente
hechizo, a su silencioso obrar de gente
importuna. Labios que se estrechan,
madrugadas de infierno junto a los hospitales,
y esas farolas insoportables enfocando
las jeringuillas olvidadas.
Repercuten en mí, la tenacidad
de los relatos de otras gentes, sus universos
condensados en pequeñas piezas trágicas.
Y vuelvo al cielo, a su pequeñez redonda,
a su celeste riguroso, a mi estrechez de miras.
Soy en invierno mi propio palacio o mi choza.
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