Alberto Escobar

Spoudaios

 

Áteme esa mosca 
por el rabo, si es 
usted tan amable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Libertad de expresión,
¿Qué expreso?
Libertad de pensamiento, 
¿Qué pienso?
Libertad ontológica,
¿Qué soy?
¿Quién soy?
¿Qué digo?
¿Soy capaz de pensar 
en lo que digo?
¿Soy capaz de salir de mí
para calibrar lo que pienso,
y por tanto lo que profiero
por esa boca elíptica
que Dios me ha dado?
¿Merece la pena la libertad
cuando no se está en disposición
de usarla como merece 
el grosor y la dimensión
de tal vocablo?
¿Qué me enseñaron de pequeño?
¿Y de no tan pequeño?
¿Qué me enseñan ahora, qué
me inculcan sin yo saberlo?
¿Qué me escamotean a la ciega
vista de mis ojos en nombre
de una inconsciencia soberbia,
ufana e inmensa, pero invisible?
¿Qué sé, qué pienso, cómo 
me han modelado al lento paso
de los segundos vividos hasta ser
un robot programado para preservar
un statu quo que ostenta clamando
y en silencio un poder que ni el disfrutado
por todos los reyes en fila de las distintas
generaciones de la antigüedad egipcia?
No, no quiero una libertad supuesta,
espejismo de una ilusión, una utopía —
porque la libertad que nos cocinan 
y nos sirven recién hecha sí tiene
su lugar y requetebién asentado —
lo decía por la etimología griega 
del término, ou significa no y topía
de topos, lugar, es decir, no lugar.
En fin, he decidido prepararme como lo hacían en mi antigua Grecia,
ese topus uranus utópico y perdido en los tiempos y en las cosas,
dotarme del bagaje necesario para hacerme acreedor a la grandeza
que portar esa palabra exige, para ser digno de ella, y disfrutarla,
tocar con los dedos en alto el spoudaios que sine qua non debía
revestir al hombre público, el político, que hoy ya...
Libertad.