Hirió al viejo la soberbia de jóven espada,
el frío y cruel acero lo sintió hendido en su alma
alma que fue yunque, fuego y fragua,
lloró solitario, sin que nadie viera sus lágrimas.
El tiempo que nunca cesa, ni se cansa,
cual fiel escribano grabó eterno aquella falta,
lo marcó en su frente vieja, sin iras, solo una marca,
para ver lo imperfecto en el sol de sus mañanas.
Seguirá el de los pasos jóvenes sin meditar su falta,
reclamando a las nubes cuando le vengan sin agua,
mientras el viejo va herido por la jóven espada,
pretendiendo la muerte que olvidó su batalla.
Por su camino anciano va arrastrando pasos,
dolido, del sentir que no logran las manos,
como la palabra irreverente de labio desenfrenado,
arrepentida, cuando el herido es silencio y epitafio.
La postrera estación gasta la mirada de sus parpados,
esperando el último tren con destino al ocaso,
los pasajeros son angeles, vienen con abrazos,
a llevarle las alforjas de doloroso peso humano.
Lo encontraron sin vida, una tarde de verano,
en el viejo sillón, sólo, como viejo olvidado,
sujetando un poema que el había titulado,
\'\'No mientas con flores, en el camposanto\'\'.
Mueve triste el otoño las flores que ha llevado
hasta la tumba solitaria alguien que no tiene olvido,
con llanto de hijo y el corazón quebrado,
buscando el perdón en tiempos vencidos.
Mariano Retamal Jara
Poeta al atardecer.
Octubre de 2021.