Nunca. Nunca se verá
esa sonrisa que se apoya
en un hombro, en una escueta
sombra, bajo el tronco nevado
de un árbol. Esa sonrisa
brutal, bestial, hermosa, compungida,
que, avariciosamente, te roban
las auroras y los amaneceres.
Pero dale, bicho, que alboree
siempre la luz en tus caricias.
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