tonisan

(PROSA) CARTA A UNA AMIGA DE LA ADOLESCENCIA:

RECUERDOS DE UN SOL DE LA MONTAÑA:


 

Hola, ¿cómo estás?, ¿qué es de tu vida?

Cuando al fin nos encontramos en la Web, me pediste una larga carta y yo; que abundo en verborrea y aun así me callo las palabras por temor –lo confieso- a generar malentendidos, estoy algo asustado y a la vez sumamente entusiasmado con tu petición pues tengo recuerdos muy bonitos de la senda que juntos caminamos, del velero en que juntos navegamos a los puertos imposibles de Neruda, al planeta en que estaba el Principito, a los vuelos de gaviota en la edénica escuela de Don Pedro, al mundo de parábolas del Maestro Eternizado y a tantos, tantos orbes sin relojes ni confines.

Te recuerdo en el venado sobre el lienzo; palpitando con los colores de la cera, en el beso de palomas ventanales, en la caricia para un perro callejero y también en el paisaje diminuto escondido en la semilla de caraota.

No, no quiero hablar de mí, pues nada nuevo ha surgido bajo el sol, soy siempre el mismo niño retrechero, que no crece aunque lo ahoguen sus arrugas y no busca más que el sol en las sonrisas y se  lamenta del rocío en las mejillas de la gente.

Quiero hablar de ti, de tu alma que brilló como sol a mediodía en un cielo claro despejado y sereno cuando más las tinieblas me rodeaban, cuando más los abismos me envolvían.

 

Tú me diste el sabor de la pintura, la belleza de lo sensible, la bondad de lo poético, la virtud de lo religioso.

¿Sabes?, cuando era niño; muy chiquito, todas las noches rezaba con esmero, pasión y diligencia; un Padre Nuestro, luego un Ave María y finalmente las peticiones a Dios para que protegiera a todas las personas que conocía; a quienes nombraba uno a uno, individualmente y por nombre y apellido; para luego rematar pidiendo porque se acabaran las guerras y porque no hubiera niños con hambre, y todo ésto lo hacía arrodillado a un lado de la cama con las manos juntas. Y sin embargo; cuando me conociste yo ya era el más ateo de los hombres y el más infiel de los humanos; y jamás olvidaré una conversación que entablamos, un debate que diste por cerrado con gracia, elegancia, locuacidad e inteligencia haciéndome las siguientes preguntas:

-¿Crees en Dios?

-No mucho, la verdad yo no creo que haya un dios

-Y en el amor ¿crees en el amor?

-Ahhh, en el amor si creo

-Entonces también crees en Dios aunque no lo sepas, porque Dios es Amor.

 

Ese diálogo que; desde entonces,  llevo cincelado al alma fue el que impulsó toda mi vida hacia búsquedas místicas, a buscar ese Dios y comprobar que no era ciego, sordo y mudo como yo me imaginaba; a buscar ese Amor que anda de boca en boca, ese amor del que todos tienen algo qué decir pero nadie sabe exactamente con qué se come.

Y por ese diálogo descubrí un día, que lo que llaman Amor en La Tierra; no es más que apego; en dónde el afecto existe; sí, seguramente existe, pero surge de la satisfacción de necesidades y pone condiciones a la entrega del cariño.

En cambio el Amor Perfecto, ese Amor que es Dios y que mora en todo ser humano, no pone condiciones, te permite crecer a tu propio ritmo y nuca juzga ni abandona; por el contrario, todo lo perdona.

Ese Amor incondicional que puede sentenciar a viva voz “sé que te amo porque no te necesito y aun así quiero estar a tu lado”; “te amo, lo sé bien, pues aunque no me hace falta tu presencia, prefiero disfrutar de ella en todo momento” es el Amor paciente y abnegado del que hablaba Pablo en sus epístolas, es ese Amor que todo lo que busca es la felicidad del ser amado, aunque ello significa renuncia y sacrificio.

Es el amor de la Empatía que llora las lágrimas ajenas y celebra los triunfos del prójimo como si fueran propios, que llena de gozo ante una sonrisa  y bombardea de abrojos ante el llanto de los desconocidos; ese es el Amor Universal, Incondicional y Perfecto.

 

Es el Amor del compromiso para con la humanidad, para hacer de este pedacito de Universo un lugar más agradable en qué vivir, el compromiso de dejar en mejor estado toda senda que hayamos recorrido y todo corazón que haya cruzado su mirada con la nuestra. Es todo esto y mucho más lo que me ha dejado el conocerte, por eso te doy las gracias por haber nacido, por existir y por haber compartido al menos una encrucijada con este humilde servidor. De nuevo, repito, INFINITAS GRACIAS…POR EXISTIR.

 

Y aunque sé bien que esta carta no es tan larga como a ti te gustaría, aquí la finalizo, haciéndote notar que en ella no coloqué tu nombre ni apellido.

Eso tiene una razón y un propósito; es el deseo de compartir con el mundo entero toda la sabiduría que de ti he aprendido sin incurrir pero en faltas a tu privacidad que para mí es sagrada. Sí, así es, quiero que la humanidad toda lea esta misiva y se interne por ella en los orbes infinitos del Amor que nada exige, que todo lo renueva en la entrega incondicional de las almas al Dios omnipotente.

 

Recibe; mi linda, mis mejores besos infinitos adornados con sin fin de abrazos siderales.

Desde éste rinconcito capitalino, bajo la bóveda de un cielo caluroso y tropical, se despide, siempre tuyo:

tonino

Autor: Felipe Antonio Santorelli Iovino

Alias: tonisan