Y expongo las palmatorias, los rezos,
los inconclusos y administrados recibos,
destruyo lo acontecido, inculco el camino
de regreso, apaciguo ganado, saco a relucir
por el sendero ermitas frustradas, llanos
desolados, fantasmas de antiguas civilizaciones;
me doy el lujo de invariable sibarita, por regiones
de soleadas tierras: mares contrarios, llenando de
sonidos mis puertas, mis terrones de azúcar
contaminada. Todo esto me sucede, y hago
del dichoso, un ser pacífico, entusiasta
abecedario de lo incompleto, tarjeta alusiva
de los montes serranos; llevo pan a las minas
lluviosas y plúmbeas. Hago minerales
de sus cuerpos fortalecidos, de sus capacidades
edulcoradas, de sus ambivalentes registros sonoros:
petulantes oficios del caballo que serpentea los recorridos.
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