Aquel amor que despertaste un día
con tu mirada de radiante estela,
lleno de luz, y de fragante aroma,
brilla en el alma con fulgor de estrella.
Siempre recuerda tus divinas risas
cual sinfonía de celeste orquesta
con lindo arpegio que encendió mi sueño,
y te lo juro, por mi madre muerta:
Aquel amor que despertaste un día
brilla en el alma con fulgor de estrella.
Entre las rosas del jardín florido
nos dimos todo con febril entrega
y contemplando con fervor el cielo
fuimos los rayos de pasión eterna.
Jamás pudieron eclipsar tus ansias
viejos prejuicios con antiguas reglas
por tus deseos y tu ardor vencidos,
y suspirando con la luna llena
entre las rosas del jardín florido
fuimos los rayos de pasión eterna.
Ambos supimos alcanzar la gloria
en esos días de gloriosas fiestas
cuando me dabas tu impecable cuerpo
con tu ternura de gentil doncella.
Fuimos las aves que volaron siempre
en blancas alas de estelar poema
donde flotaban de ilusión los versos;
pues con la magia de tu fresca esencia
ambos supimos alcanzar la gloria
con tu ternura de gentil doncella.
Por eso nunca tu candor olvido
por ser el faro de mis horas negras
que dio su lumbre transparente y pura
con su reflejo de fulgente perla.
Lindas auroras, con un halo regio,
eran tus ojos de mirada tierna
que me ofrecían con su luz divina
el dulce ungüento que curo mis penas;
por eso nunca tu candor olvido
con su reflejo de fulgente perla.
Autor: Aníbal Rodríguez.