De la esquina de tu cama
hasta tu seno,
ahí habito,
entre suspiros
e indómitos jadeos
que exilian el perenne
caminar del minutero.
De la esquina de la calle
hasta la copa de whisky,
ahí me muero,
conversando con cigarros
de momentos añejos.
En una gota de sal
espero la caída
de la muerte,
amnistía para la vida
y el siete de corazones.
Del re menor
a la punta de los dedos
me transformo
en la resonancia
de las notas
que nadie quiere escuchar.