Margarita García Alonso

«Dentro de mi pueblo se me llamaba Jehannette… »

No conoces mi cara quemada

-murmura, temblorosa-

Tampoco conoces la mía,

contesto,

desde el campo de corza.

 

Jeannette en extensa planicie

reservada a mujeres de calibre

sacro e ilíacos perfectos

en medio de la burundanga,

doncellas atragantadas

con fango

fango en la rueda dentada

que tira Catalina

de Alejandría,

tira cuerda,

tira vino y se postra

cara al suelo

para ser cogida

divina.

De renuncia hablamos,

de ardor en la entrepierna:

 

el Don enquista,

el Conde perjura,

el Rey defenestra,

Dylan entra y sale

a las dos de la madrugada.

Las mancebas que

llegan al cielo

baten mantequilla en

pozuela caliente-

 

en aquel entonces,

igual en esta época,

la lengua

de Margarita de Antioquía

suena a pájaro disléxico,

cuando cuenta:

 

«el ego expira

si llegas a santa».

 

Pocos creen, contesta

Jeannette, tengo fe,

rebuzno como yegua

y la Voz traspasa.

Nací en Domremy,

a los trece escuché a Dios

y tengo miedo,

 

donde he caído

cabe el bosque.

 

Si hubiese sabido

no dictaba al escriba

que aviva brasa y me eclipsa

con zancadillas lexicales.

 

Estoy absolutamente sola

con cincuenta mil hombres y,

a lo máximo, cuatro tipos

se ocupan de que no llegue.

 

Bajo estandarte, la soldadesca

muerde hoces, levanta valla,

destruye puente.

 

Catherine se dedica

a tareas domésticas,

mientras libro batalla

van a pulverizarme.

 

De nada sirve encerrarme,

el cielo baja.

 

En el Mercado de Rouen

colocan leña,

astillas de nubes,

yesca del cielo sobre troncos.

A la altura de mi rodilla

asciende el humo

-el humo refugia-

 

en la catarata del pecho

arenilla hirviente.

 

El capellán espera

mandato divino,

jura, perjura misterio

que no revelo.

 

Sin ojos presiento

el delicado gesto

del verdugo,

como cualquier pajarillo

que anida al diablo,

amontona paja y estiércol.

 

La túnica desaparece,

no quedan piernas

para cabalgar,

el brazo colapsa

suspendido a la flama.

 

Derraman brea,

escapan huesillos

de la mano como

cuentas de rosario.

Acumulo cargos:

Conspiro contra leyes

y dictados,

visto casaca,

provoco escándalo,

hablo con Espíritu,

abandoné familia,

profetizo guerra,

mientras la multitud

se justifica y pacta.

 

Veni, vidi, venci

dragones de San Miguel,

al Delfín regalé trono

que ahora es excusado,

tibor de oro con escuderos

y garrafas de agua

para limpiar partes.

 

Seigneur, el delfín es mierda,

no ha enviado rosas

y mi pelo chispea

azulinas negruras.

Se consume la vena

en sed inmensa,

salvadme,

he defendido la Francia

bajo la bandera blanca

de María.

El escriba,

como cualquier varón

testimonia

que la doncella arde

desde hace horas.

 

Bájeme de la brasa, Señor,

el Hombre destruye

para que usted aparezca,

y usted siempre llega

cuando apaga

el carbón,

 

en cualquier contienda

la bellota hiere,

la piedra se convierte

en tumba,

 

la virtud desencadena

roja masacre,

el hombre no tolera

mujer a (r/l) mada.

 

Mi guerra es Fe,

hoguera de posesa.

Fuego no mata fuego,

la llama sucumbe

en la revelación

seca del infierno,

 

banquisas polares,

ruchas espinosas,

entre cardo y cardo

del abismo

la minúscula Rosa

de Himen.

 

He aquí

mi clítoris capullo,

mi clítoris cuchillo

escapa de la lengua

que condena,

 

he aquí palabra,

mi ceniza flota

sobre la Sena,

 

con golpes de palo

me dispersan.

pájaros sorprendidos,

pájaros espantados,

pájaros de piedra,

pájaros escondidos

en las ramas secas.

 

En el Mercado,

la blanquísima

pelusa del pubis,

se dispersa

 

el río arrastra palo

ennegrecido,

la vara de limonero

rompe agua,

apesta a grasa,

el calor traspersa

 

el pecho de la doncella

flota como islita

a la deriva.

 

 

yo, Juana de Orleans,

soy testigo.