No conoces mi cara quemada
-murmura, temblorosa-
Tampoco conoces la mía,
contesto,
desde el campo de corza.
Jeannette en extensa planicie
reservada a mujeres de calibre
sacro e ilíacos perfectos
en medio de la burundanga,
doncellas atragantadas
con fango
fango en la rueda dentada
que tira Catalina
de Alejandría,
tira cuerda,
tira vino y se postra
cara al suelo
para ser cogida
divina.
De renuncia hablamos,
de ardor en la entrepierna:
el Don enquista,
el Conde perjura,
el Rey defenestra,
Dylan entra y sale
a las dos de la madrugada.
Las mancebas que
llegan al cielo
baten mantequilla en
pozuela caliente-
en aquel entonces,
igual en esta época,
la lengua
de Margarita de Antioquía
suena a pájaro disléxico,
cuando cuenta:
«el ego expira
si llegas a santa».
Pocos creen, contesta
Jeannette, tengo fe,
rebuzno como yegua
y la Voz traspasa.
Nací en Domremy,
a los trece escuché a Dios
y tengo miedo,
donde he caído
cabe el bosque.
Si hubiese sabido
no dictaba al escriba
que aviva brasa y me eclipsa
con zancadillas lexicales.
Estoy absolutamente sola
con cincuenta mil hombres y,
a lo máximo, cuatro tipos
se ocupan de que no llegue.
Bajo estandarte, la soldadesca
muerde hoces, levanta valla,
destruye puente.
Catherine se dedica
a tareas domésticas,
mientras libro batalla
van a pulverizarme.
De nada sirve encerrarme,
el cielo baja.
En el Mercado de Rouen
colocan leña,
astillas de nubes,
yesca del cielo sobre troncos.
A la altura de mi rodilla
asciende el humo
-el humo refugia-
en la catarata del pecho
arenilla hirviente.
El capellán espera
mandato divino,
jura, perjura misterio
que no revelo.
Sin ojos presiento
el delicado gesto
del verdugo,
como cualquier pajarillo
que anida al diablo,
amontona paja y estiércol.
La túnica desaparece,
no quedan piernas
para cabalgar,
el brazo colapsa
suspendido a la flama.
Derraman brea,
escapan huesillos
de la mano como
cuentas de rosario.
Acumulo cargos:
Conspiro contra leyes
y dictados,
visto casaca,
provoco escándalo,
hablo con Espíritu,
abandoné familia,
profetizo guerra,
mientras la multitud
se justifica y pacta.
Veni, vidi, venci
dragones de San Miguel,
al Delfín regalé trono
que ahora es excusado,
tibor de oro con escuderos
y garrafas de agua
para limpiar partes.
Seigneur, el delfín es mierda,
no ha enviado rosas
y mi pelo chispea
azulinas negruras.
Se consume la vena
en sed inmensa,
salvadme,
he defendido la Francia
bajo la bandera blanca
de María.
El escriba,
como cualquier varón
testimonia
que la doncella arde
desde hace horas.
Bájeme de la brasa, Señor,
el Hombre destruye
para que usted aparezca,
y usted siempre llega
cuando apaga
el carbón,
en cualquier contienda
la bellota hiere,
la piedra se convierte
en tumba,
la virtud desencadena
roja masacre,
el hombre no tolera
mujer a (r/l) mada.
Mi guerra es Fe,
hoguera de posesa.
Fuego no mata fuego,
la llama sucumbe
en la revelación
seca del infierno,
banquisas polares,
ruchas espinosas,
entre cardo y cardo
del abismo
la minúscula Rosa
de Himen.
He aquí
mi clítoris capullo,
mi clítoris cuchillo
escapa de la lengua
que condena,
he aquí palabra,
mi ceniza flota
sobre la Sena,
con golpes de palo
me dispersan.
pájaros sorprendidos,
pájaros espantados,
pájaros de piedra,
pájaros escondidos
en las ramas secas.
En el Mercado,
la blanquísima
pelusa del pubis,
se dispersa
el río arrastra palo
ennegrecido,
la vara de limonero
rompe agua,
apesta a grasa,
el calor traspersa
el pecho de la doncella
flota como islita
a la deriva.
yo, Juana de Orleans,
soy testigo.