Alberto Escobar

Mendel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mendel, en su retiro austriaco de Brno, se dio al cultivo de las ciencias
naturales habida cuenta la multitud de especies vegetales que le circundaban en el diario de sus días, de sus labores monasteriles, de oración y asueto, de rezo diario y refectorio bisbiseante a las claras del día, y más cosas sin cuento...
El caso es que probando y probando con las leyes de Dios dio en saber cómo las plantas —en concreto unos guisantes— eternizaban su existencia sobre la faz de la tierra; parece que llegó a desentrañar, al menos en lo somero, la magia que justifica la vida y su perduración.
No voy a hablar de la archiconocida ley —o leyes— de este insigne checo pero si diré, y reivindicaré, el silencio que las envolvió en el arcón del olvido durante más de una treintena de años hasta que el acierto de unos científicos la desempolvara para bien de la ciencia genética. 
Esta bella durmiente —que así se tilda a estos hitos del hombre que duermen el sueño de los justos hasta que un azar los despierta— apunta a la labor que muchos escritores y artistas de toda laya en general hacen a la mortecina luz del anonimato con un fin nada espúreo, que es el de divertir su alma en el asueto que permite la labor diaria y soñar, en un espacio que escasamente se presta por viciado en ocasiones y en otras por exiguo.
¡Escritores anónimos! —hago este apóstrofe para ponerme trascendente— no cejéis en el empeño de la gloria porque a la postre llegará aunque sin la expresión alegre de vuestro rostros, ya ajado de sufrimiento y de intención; pero estará al servicio de generaciones posteriores que, a buen seguro mas en minoría, darán debida cuenta de sus excelencias. 
En mi caso diría que no añoro lo que digo añoramos, quizás sea porque no me considero anónimo pues vosotros tenéis de mí el conocimiento que necesito; creo y mantengo que el privilegio de las letras debe vivirse como lo vivían los patricios griegos, como Platón, que disponían del largor de las horas para volar, sin que menesteres más menesterosos disolvieran su numen y sus devaneos con el saber. Que el vil metal parta de otras fuentes menos lustrosas...
Un abrazo a todos.