El alma viene
a inaugurar la forma,
a habitarla,
a complacerse en ella.
—Pierre-Jean Jouve—
Salgo del útero,
de aquel útero que me amasó
cual barro primigenio,
de aquel útero que me condujo
al balcón de una realidad informe.
Salgo del útero, abro los brazos,
me prendo del primer dedo
que el abismo me ofrece.
Empiezo a entender que la vida
es un prender y un desprenderse
sucesivo, sin fin, y yo, Sísifo hastiado,
insisto en subir por la eterna ladera
la pesada roca que el destino me asigna.
Vengo precisamente ahora de abrazar,
ahora me siento satisfecho,
he recibido el maná celeste
que me bastará del alimento
que espiritual preciso, un amor.
Un amor en forma de niña adolescente,
de niña que fue semen de mi semen
y que me abraza con su palabra,
con sus confidencias, con sus alegrías,
cumple trece hoy, le devuelvo mi sonrisa,
una sonrisa con sabor a fresa, bizcocho
de chocolate que la vela de los años hendió
para siempre, y que desapareció en el instante...
La vida es un film de prendimientos
y desprendimientos, un salir y un entrar
de un útero eterno, ese que busco
porque lo suelto, la vida me lo dice...
No caer en el abismo, en el vacío inconmensurable
que a cada segundo nos abre los brazos
—mira para otro lado, no le mantengas
la dureza de sus ojos luciferinos.
Sí, salgo de un útero para buscar otro,
otro igual pero distinto,
otro igual pero distante,
otro igual pero... recurrente, brillante,
sangrante, corazón leñoso
de un melocotón de invierno, sin sazón.
—Toda esta retahíla obedece a que desde mañana
emprendo la busca de otra casa, otro útero.