Dolor y drama tan cotidiano:
¡pura rutina!
Me duele el alma, la de mi hermano
que cada día
muere en las garras de algún tirano.
Dolor infame que anega al mundo,
las aguas negras
de dictadores, del inframundo,
con sucias tretas
pagan los justos, lo más inmundo.
Vienen del agua, y van sedientos,
y van rendidos
sin horizonte, sus mil acentos
viven cautivos,
amontonados, hartos y hambrientos.
Traen a la espalda su sol antiguo;
la luna nueva,
bañada en plata, del pecho exiguo;
reman y reman,
siguen remando. ¡Yo me santiguo!
La suerte invocan, -brújula esquiva-,
guíe su rumbo
en noche llana contemplativa,
y encuentre el punto
más acertado de su deriva.
Mirando al niño, la madre llora.
Me duele verlos
día tras día…, y hora tras hora;
¡hijos del cielo!,
pan y justicia, mi llanto implora.
Agua y más agua, ¡la noche cierra!,
la mar en calma,
se hace muy larga sin ver la tierra,
la ansiada playa,
a esa esperanza con fe se aferra.
Se ata a la vida, -no a su destino-,
por ella lucha,
quiere cambiarla, girar su sino,
y a su captura,
mirando al frente, toma camino.
...Y de repente, con alboroto,
tras un silencio,
se atisba, lejos, algo remoto…,
y sin remedio
rompe en sollozos, entero y roto.
Halla el alivio su desconsuelo,
¿dónde?, ¡no importa!,
valió la pena tanto desvelo.
¿Y el alma?, ¡rota!,
pero a sus ojos, se muestra el cielo...
Deogracias González de la Aleja