Del árbol en su verdor, se desprende el fruto,
como un insulto a la nada;
desafía con su esplendor de juventud,
la monotonía del paisaje raso que lo circunda,
donde la piedra, en su perpetuidad,
sabiéndose infecunda,
nada sueña con cambiar;
como una aceptación de condición,
sin cuestionamientos de existencia,
se muestra indiferente; por mandato natural;
ante la vida que puja, a su alrededor,
por irrigar legado, a pesar de la inclemencia.
Sueña el árbol, en su desesperante soledad,
con ser bosque en la estepa,
refugio de aves cansadas,
sombra para el nómada,
escondite para la presa asustada,
aire puro salvaje;
preservar el agua de lluvia, hasta que se haga rio,
conservar en su centro cada rayo de sol,
para ser energía; lumbre y calor;
transformar la tierra débil en cultivable,
sembrarla y florecer en valle de iguales.
Sueña el árbol poeta, entre tanta adversidad,
con la eternidad de sus letras.