ZMRS

**~Novela Corta - Atar el Olvido - Parte I~**

Era una noche impetuosa, clandestina, solitaria, pero, muy sosegada, contemplada y en silencio total. Ella, camina por la acera, sonando siempre sus tacones, y llevando con ella pan, leche, jamón y queso. Cuando, de repente, cerca del callejón y lejos de allí mismo, en contra de aquel rumbo, y de aquel sistema sociopolítico, ella se encomienda hacia el mismo callejón solitario, devastado por la poca lluvia que cae, y tan solitario como una flor invernal. Ella, lo escuchó, y fue un grito de dolor o de placer, no sabía aún, ella quiere calma, si en ese callejón tenían relaciones sexuales las personas más indecendentes, como ella los llama. Cuando, de repente, calló lo que calla un sólo grito, entre el redentor de la noche a expensas de la oscuridad o era la bruma de la noche que no le deja ver con exactitud y con prontitud, dejando el reloj caer a media noche y haciendo tic-tac en un eterno silente del mismo silencio, descubrió lo más presencial y en el más presente de un todo, a un hombre salir de allí del callejón frente a ella, y era su marido, o sea, su esposo, él, la toma por el brazo y la lleva al callejón donde habían dos hombres tanto su esposo y otro hombre, el cual, ella no conocía. Cuando en el trance de la verdad se dió lo más impetuoso de creer en un sólo asesinato por parte de su esposo. Ella, tranquila, sosegada y con una paz envidiable y calma sus nervios, y más que eso el latido de su corazón. Cuando, la llevó en contra de su propia libertad, cuando enredó a su alma y a su corazón en un tiempo, devastado por el miedo y más por el horror de ver algo y ser cómplice o testigo de algo inmundamente solitario, sosegado y más que eso lleno de sangre pecadora, cuando el cuerpo era como el silencio automatizando a la espera que desespera. Cuando ella callada, él, el esposo de ella, le pide y le ruega que calle, él sabía la hora en que ella pasa por ese callejón, o sea, que la esperaba allí mismo. Cuando en el rumbo, y en la mala suerte de un todo, se veía venir en el trance de la verdad y de lo más imperfecto de un sólo todo. Si en el suburbio de lo acontecido se dió como el aire o como el viento en cada rumbo o en cada dirección en que pasa de un lado a otro. Y resultando una difícil respuesta que al contrario de una buena contestación se volvió tan natural el responder con un no rotundo de que si hablará la esposa de ése hombre, por el cual era testigo o cómplice de un crimen mal intencionado y con una fuerza extraña de atraer el mal a ese callejón solitario. Y ella, siempre ella, sólo se siente como una hoja al viento, como un conejillo de indias, cuando en el momento se debió de atraer con la misma fuerza de creer en el alma a ciegas, como una mentira que hoy se destapa como el imperio más soslayado de todos los tiempos. Y ella, siempre ella, callada, sumisa y en la noche más fría de todos los ayeres, cuando en el alma se dió todo como el mismo dolor o como el mismo frío sentido en la más triste piel, cuando, de repente, se vió atormentada, fría sola y tan solitaria como ese mismo callejón cuando un asesinato fue su presencia. Ella, cruda y tan fría como la misma nieve, sólo se vió aferrada por ver todo como si fuera por primera vez una muerte. Cuando en el callejón por saber que en el pernocta un asesino, el cual, se sintió como poder saber que en el instante se abrió a que en el aire socavó como la gran fuerza perenne con el aroma natural de un muerto como el bálsamo de un muerto en una funeraria. Y se fue ella como vuela la paloma emigrando lejos de su propio hábitat. Cuando ella y el asesinato se vió aterrada a la forma de creer en el asesinato fuera de común, pero, fue su marido el que lo loro hacer y cometer en el acto, y el grito, ¡uf!, el grito de ése hombre lleno de dolor y de conmisera mala situación. Cuando enmudeció por tanto y por querer amarrar el desenlace final de su vida y a su mísera vida, a ése hombre, el cual, se aferró clandestinamente en ese callejón frío y lleno de nieve fría, cuando al final de un todo y de una fuerza débil, se dió lo más real un asesinato en manos de ése hombre de su propio marido. Y el grito de ése hombre la inmutó, la sesgó oblicuamente y la dejó callar enmudeciendo e inmutando su vida como transmuta una sola soledad. Cuando sólo la dejó caer en el torrente salada de una espera y tan silenciosa de creer en el combate del que tenía que dejar pasar una hora para saber que su vida era tan silenciosa como el ir y venir lejos. 

Ella, sólo ella, se vió horrorizada de un espanto tan feo como el haber sido cómplice y testigo de un crimen, el cual, la podían culpar de todo a ella, Sí, los nervios entraron como entra una bacteria al cuerpo sudando frío, y con una fiebre tan alta en grados que le tenía al cuerpo rodeado de sudores extraños, y sin saber que el comienzo terminó como comenzó el tiempo, cuando se desbarató el cuerpo y más aún el sistema nervioso de ella, y sin detener el tiempo como al final de un todo se da como la vejez más amarga de un todo. Y, ella, lloró de desesperación, y de inconcluso porvenir y en una sola soledad, se aferró al mal deseo de creer en el tiempo y más que eso en saber que el tiempo ocurría como el mismo tiempo o como el mismo mal por un sólo mal desastre. Cuando ella, sólo ella se enteró de la verdad soslayando de tal manera, en que sólo el tiempo y el reflejo de dar con una sola sabiduría en querer en que el tiempo, sólo en el tiempo, le dió la cruel manera de atar el olvido, sí o no, sólo ella lo sabe. Mientras que en el callejón, ella, sólo ella, se vió como en un espejo llorando de pena y de un mal sinsabor que le dejó la vida y más que eso el tiempo y más que todo su marido malvado, cruel y tan ruin como un mismo cruel asesino. Cuando en la alborada tenue y tan eficaz, que decide ella marcharse de ese triste callejón, su marido la detiene y le dice que en el instante de un todo, se dió lo más eficaz de un tormento, y lo más vil de una noche a expensas de la sola soledad cuando se dió el vil asesinato de ése hombre a ciegas de la verdad, y de la inestabilidad inconsciente de un todo, cuando se dió el pormenor en ver el cielo de gris tormenta, cuando decae la lluvia a muerte seguida. Y sí, quién era ése hombre que su marido había matado, pues, en el tiempo y más que eso no le vió su cara ni le preguntó su nombre, pues, en mal condición se hallaba, y no se imaginó que en el ocaso se aseguró de que el mal final pintaba a perdición y a un mal final tenebroso. Cuando en el jardín de su pobre corazón, se llenó de un paisaje tan horroroso y tan macabro como el haber sido testigo de un sólo crimen, el de su marido en el callejón, sí, era allí, en el callejón. Estaba sola, y sin una triste compañía, cuando su rumbo, y su dirección le arrinconaba allí, en el callejón, sí, en el callejón, cuando sola y solitaria, devastada y fríamente herida y más por la vista, aún le quedó un sortilegio en saber que su mundo le pintaba a un terrible desastre. Cuando en su mundo quería ganar, pero, el mundo le hacía más perder. Cuando en el suburbio de ese callejón, sí, del callejón, sólo le dió como el amar pausadamente, pero, tristemente recordando su pasado con ése hombre cruel. Cuando en ese tiempo y en ese pedazo de lapso de noche, se dedicó en ser como la misma debilidad de creer en el paisaje que tenía de frente que era un vil y un diestro asesinato por parte de su marido. Cuando ella, sólo ella, pensó en huir o escapar de allí, como perro o cordero degollado, cuando su rumbo o dirección perdió todo, cuando al saber que su esposo había infringido la ley, la ley divina y más que eso era un asesino. Cuando ella quiso huir y escapar de allí, sí, de ese callejón solitario donde las voces se escuchan como un triste mal suceso de pasar por allí, como un desastre frío. Cuando en esa noche pasó de todo, como todo pasa, como pasó ese cruel asesinato. Ése hombre era un amigo suyo, cuando, de repente, lo había traicionado por un dinero en el juego clandestino, y decidió matar a ése hombre porque era él, con mayor dinero que él y el suceso marcó una transparencia de vivir y de automatizar la espera de creer en el combate de creer en esa noche, si fue sólo esa noche y más en ese callejón donde el aire cortó a la piel con el frío de la noche pasando por el torrente del invierno que transcurre por ese callejón. Y ella solitaria, asustada, nerviosa, atormentada y horrorizada de espantos y más por la visión de querer borrar todo con tan sólo tratar de olvidar, pero, aunque quería no podía si estaba ocurriendo en verdad. Cuando en el embrague de la vida, se horrorizó de espantos y de sustos venideros, cuando vió como lo asesinó, pues, en el tiempo y como en el alma una luz clandestina de un sosiego devastador. Porque cuando ella, por tratar de incorporarse a la vida, se vió aterrada y muy aferrada al recuerdo, cuando en el fuego de la pasión se vió fría, y desolada, y tristemente marchita como una rosa en el jardín sin sol. Era una noche devastada, desolada, y fría, como el que no sabe de insistencias ni persistencias, sólo con la ausencia, y la presencia vil y tan hábil como un homicida diestro y tan eficaz coo lo era su esposo en ese vil momento. Y sí, que huyó de allí corriendo, sólo cuando vió la primera gota caer de sangre por el cuello del hombre sus nervios quisieron brotar de fríos y de escalofríos si eran los más adyacentes a su piel mortífera de espantos. Porque cuando en el aire socavó fuertemente se debió de creer en el alma mirando el aire blanco y tan álgido como el invierno que pasaba en el callejón solitario y devastado con la sangre muerta y tan gélida de un hombre asesinado. Y sí, que huyó corrió de allí, esperando desaparecer del momento y del mundo entero, y saber que el siniestro gélido se debió de creer en el alma a ciegas po un torrente de sin sabores gélidos. Y yá sus tacones rotos por el correr, llegó descalza, abatida, y tan fatigada con el frío que creía en calor, cuando le cortó la piel en un segundo de temor incierto. Corriendo y corriendo, sólo le dijo adiós al firmamento frío y desolado, como el tiempo y como la noche álgida, como que el desastre se enfrió como el tormento frío, y como el desastre de creer en que la noche fría, llegó y por siempre, cuando en la sangre de ése hombre muerto y casi calcinado porque después le encendió un cerillo de fósforo para evitar evidencias, pero, sin saber más las atrajo, cuando ella era la primera evidencia de complicidad y de un testigo ocular contundente de ese asesinato. Cuando en el instinto murió como el desastre de creer en el alma vacía y de una muerte segura cuando su piel murió de nervios y de escalofríos. Si era ella, la que escapa de allí, la que en la piel se llevó como tormenta, como viento frío, y como la noche clandestina más larga de un solsticio. Cuando ella, corrió y la política sociopolítica de la vida de esa manera de gobernar era tan fría como en la sociedad en democracia. Si ella, ella solamente, se vió marcada y tan trascendental, como la forma de creer en el ingrato ademán de la vida a cuestas de la perdida razón. Cuando en el raciocinio de la verdad se vió automatizando a la verdad de creer en el alma en una sola razón, cuando en el alma se creó una sóla forma de dar con la soledad. 

 

Continuará……………………………………………………………………………………..