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**~Novela Corta - Atar el Olvido - Parte II~**

Y logró llegar a su casa, pero, ¿qué casa?, con ése hombre con su marido como un vil asesino. Cuando en su forma de creer en la mala suerte de dar con la soledad, al pensar cómo tratar de atar el olvido a su vida, se vió miedosa y aterrada, y aferrada a la mala suerte de dar con el olvido, pero, más dió con la mala suerte de ver al mal recuerdo. Cuando en su razón fue estallar como un volcán a punto de erupción, cuando en el alma se fue como el calor y llegando el frío como invierno en un equinoccio. Cuando en su pobre alma, quiso sentir el suave desenlace de ver el crudo final de creer en el olvido por siempre como si estuviera muerta en vida, ella se decía. Ella, una mujer alta de unos cuarenta y cinco  años, de tez blanca y cabellos negros rizados, ella, ia y venía seimpre por esa acera después de comprar sus víveres hacia el mismo callejón que la había atrapado a prencenciar un asesinato cruel y tan vil como la misma palabra del asesinato. Cuando, de repente, se vió automatizando la espera de ver llegar a su marido a su casa, pero, ¿qué casa?, se dice ella, nuevamente. Si en el suburbio de la certeza y del cometido de bruces caídas y de un mal tiempo en que el deseo se convirtió en el ademán frío y por además un frío de verdades inertes de un vacío incongruente. Cuando, de repente, se vió enredada y atrapada en su propio veneno mortífero de nervios devastados de gritas en la forma de ver el cielo de gris tempestad. Si en el alma, sí, en su propia alma yace una pena de triste convenio, cuado en el asesinato, ella, sólo ella, vé el silencio como uan manera de complicidad y no en ser de ley. Ella, sólo ella, se amarró al deseo y al vil destierro de creer en el capricho exótico del olvido, sin importar el deseo ni el mayor grado de libertad que quería poseer ella, sin decir media palabra ella, quería sólo vivir. Y no, no quería ir a la cárcel, pues, su forma de vivir la llevó por el buen sendero aunque un poco apretada monetariamente, pero, poseía una libertad extremadamente libre y con un libertinaje con su tabaco que ella fumaba a gran escala. Cuando sólo en la casa ella se prepara para salir de esa casa con sus pertenencias en una maleta, pues, tenía pocas cosas, pero, de muy valor. 

Si ella logra sobrevivir con su tabaco calmando sus nervios, cuando vá a recoger sus cosas o pertenencias en esa casa que ella deja por haber prensenciado un asesinato de su marido. Y, en cuanto, a la complicidad o ser testigo a ella no le importaba, porque yá se marchaba lejos. Cuando, de repente, llega él, el esposo de ella, un hombre corpulento, fuerte y tenaz, con su pistola siempre en alto calibre y su semblante fuera de sí, y sus cabales mal sembrados, pues, tenía una cosa por hacer y era callar a su esposa y para siempre. Y ella siempre con su tabaco y sus tacos, casi se tropieza con él, al salir de la casa, pero, un ruido insospechado pero, muy conocido por poco la delata a ella y era el de sonar sus tacones en el suelo. Ella pone tacos a la mano, y se marcha lejos del lugar por la puerta trasera de la casa. Ella es una mujer vivaz, siempre con Dios por delante, y con una percepción nítida y tan eficaz como cualquier ser humano. Ella sólo logra persuadir el momento y manipular al tiempo, cuando ella sólo logra liberarse del tormento, y del frío automatizando la gran espera de esperar por un nuevo rumbo y una nueva vida. Y viaja por el tren con boleto en mano y con una nueva percepción atar el olvido de esa cruel noche, sí, en aquel callejón, sí, en el callejón oscuro y desolado, frío e inerte como la razón a cuestas de la sola razón. Y trataba de olvidar cuando piensa en todo, mientras, toma el tren de la vida y de su nueva vida. Y escapa de su marido sin sonar los tacones, sin mirar hacia atrás, sin tomar en cuenta de que el suburbio automatizó la espera y tan desesperada como el haber sido cómplice o testigo de un vil asesinato. Cuando, de repente, se vió fría, desolada y tenue como la luz opaca del tren de la vida. Y sólo pensando en su vida cómo alejarse de él, y de su macabra acción y de su mortífero asesinato y tan macabro como él mismo. Cuando, de pronto, se vió aferrada a su propio pensamiento, a su propio delirio y a su ineficaz olvido. Si cuando vá en el tren de la vida, en ese tren que la lleva lejos de allí, y de ese callejón, sí, oscuro y tan tenebroso, ella, sólo ella, imaginaba en numen inventivo en que sólo el deseo de atar el olvido en su memoria le venía encima la pregunta ¿cómo vá olvidar?. Si ella se perdió entre la noche oscura y tan fría como el mismo hielo gélido, sí, en ese tren de la vida. Y pasó por muchos pueblos y por muchos lugares, buscando asilo y protección y una nueva forma de vivir. Sólo en contra de su propia voluntad se detuvo el tren en el último pueblo, un pueblo viejo y devastado por el sol, sereno y lluvia, o sea, un pueblo más viejo que el mismo tiempo. Cuando, de pronto, se vió aterrada y horrorizada, en el tren estaba bien y quería sólo lo mejor, y estar mejor que antes. Ella se baja del tren, y prosigue su camino y los hombres la miran como una más. Cuando su forma de vestir era la única, transparencias y tacos. Encontró un hotel en donde pernoctar la noche, y sobrevivir durante unos días, unos días nada más, sino tenía nada más. Ella se detuvo un momento, tenía para regresar en el tren o quedarse allí hasta gastar lo único que le quedaba y morir después. Y vuelve el recuerdo del callejón, sí, del callejón, cuando le salió gota a gota sangre por el cuello, y se toma un poco de ron para adormecer los sentidos o tratar del olvidar. Pero, no, ella, no cree en el mal sentido o en el mal atrayente de venerar el olvido con alcohol, sino con una prostitución para poder vivir. Y sí, que se prostituye en ese pueblo, que le dió vergüenza, precocidad y asco. Cuando, de pronto, vió una alternativa en trabajar como cajera, como primera vez en su vida, y en su rumbo de haber caído en el abismo frío, y de un color como el luto se fue de su vida. Si por un instante en que se perdió su sonrisa y más su felicidad, se fue por un momento en que el reflejo de luz, se vió aferrado al sol, nada más que al sol y no a la luz interior de su propia alma. Y sí, sobrevivió ella, en ese pueblo viejo y devastado. 

Mientras que el esposo de ella, el asesino, en su pueblo lo apresaron por asesinato y fue a la cárcel y ella huyendo siempre, y laborando siempre como prostituta para poder susbsistir. Mientras que ella, compra una casita cerca del mar que la cobija desde que huye y que escapa de la verdad y más que eso de su pura realidad. Cuando en un instante se abrió de ternura y de sosiego cuando vió una paloma detenerse cerca de ella, en el balcón de su casita, cerca de ese bravío mar que le quedaba frente a ella. Y no quiso recordar nada, de lo pasado, y del mal sucedido en su vida. Cuando quedó sola como esa paloma sin pareja, sin amor y sin más que poder huir de la verdad y de la pura realidad. Cuando, de repente, se vió atormentada, fría y devastada y sentenciada como si ella hubiera sido la asesina de ése hombre en el callejón. Ella, sólo ella, se vé fría e inalterada por saber una verdad en que ella, sólo ella, se vé floja de espíritu y de una sentencia muy castigada en su alma y más que eso en su propio destino. Y el camino, ¡ay, del camino!, del que se llevó a acabo desde que se marchó de ese maldito pueblo y cayó en otro pueblo peor, pero, qué más le daba la vida, si quedarse callada o poder hablar con la verdad, siempre con la verdad por delante. Y siempre con su tabaco, pues, le calma los nervios y más que eso comienza a dar señales de vejez, y de una solitaria mujer, cuando, de repente, se vé inalterada y fría como la nieve, como el deseo la muerte de querer vivir atando el olvido. Y se le puso la piel de gallina, cuando leyó en la prensa otro asesinato en el mismo callejón, cuando su voluntad y su virtud se encerró en querer ser como la dama sumisa y no de hierro. Cuando su vida quedó como el altercado frío y dentro del comienzo un final impetuoso. Y en el desierto efímero y más que eso trascendental de un mal final atraído por el mal y por la mala suerte, ella quedó a la deriva y más que eso en el instante de dar con el mal desenlace de creer en el mal desastre de caer en el abismo frío y tan crudo como lo era ser una cómplice o testigo casual de aquel asesinato a cuestas en el callejón, sí, en el callejón solitario y frío y devastado por la noche fría. Cuando en ese balcón sola y tan fría como el mismo pasado, se vió ella tan sola y tan fría como ese mismo mar bravío que tenía de frente. Cuando ocurre el desafío de creer en el mar desértico y devastado como el mismo tormento. Cuando el desenlace de ver y de creer en el mar desértico, se siente como la primera vez en que ella amó. Si cuando se dió el más venidero de los momentos se opuso al destierro y más que eso a la mala situación que lleva entre sus hombros. 

 

Continuará…………………………………………………………………………………..