Postrada en el borde de la cama en un frío hospital se encuentra Juanita... velando por los sueños de su padre con mucho amor tanto como él la cuidaba cuando ella era niña. Apenas y puede creer cuan rápido han pasado los años ya que de un hombre fuerte como un roble, solo queda un tronco casi seco que aferradamente se alimenta de los recuerdos, malos o buenos son lo recuerdos que fieles lo han seguido hasta la cama de aquel hospital. Juanita observa detenidamente a su enfermo padre; los cabellos canos le dan un toque de elegancia, las arrugas de su rostro sereno remarcan los años tan bien vividos, las manos gruesas y agrietadas donde sobresalen las venas, ¡definitivamente un hombre trabajador del campo!
Hoy es una noche sosegada, Genaro parece descansar tranquilamente, mientras tanto los episodios de la infancia de Juanita parecieran desplegarse ante ella como si fuera una gran pantalla. Aun recuerda su primer día de clases cuando se levantó de la cama tan rápido como si fuera una bala, apresuradamente hechó un vistazo por la ventana de su casita vieja y solo pudo observar que la neblina invadía cual soledad las calles de Tizimín, aquel lugar donde había vivido su pequeña vida de escasos 8 años. El gallo dio su primer canto y ya eran las 05:00 a.m. las estrellas se podían visualizar en el vasto cielo, una estrella fugaz irrumpió esa cortina oscura y ágilmente ella cerró los ojos, junto sus manos pequeñas y pidió un deseo, por supuesto una sonrisa ilumino su rostro pues estaba segura que pronto se haría realidad. De inmediato llegó el momento de partir a la escuela y su mamá la terminó de peinar, después cogió su única libreta y corrió tan rápido que hasta olvidó darle de comer a sus mascotas una jabalí de nombre “sebita” y por supuesto el parlanchín loro de montaña “panchita”.
Al llegar a la escuela la maestra esperaba a todos los niños debajo del árbol para darles la bienvenida, fue entonces la primera vez que observó detenidamente a Juanita, una niña con ojos como luceros llenos de esperanza, unas coletas nada equilibradas, era muy delgada y sin zapatos ¿sin zapatos?. Así es, la familia de Juanita era muy pobre, apenas y podían comprar una libreta y un lápiz para la escuela, ni se diga a la hora de comer pues tenían que esperar hasta medio día para la única comida que la sustentaba durante todo el día.
Aun estando en el frió hospital, pareciera que Juanita pudiera percibir el olor a leña donde se cocían aquellos ricos frijoles de olla, el caldio de calabaza, las chayas y las tortillas benditas que la alimentaron toda infancia. Que días aquellos, cuando Genaro el papá de Juanita de oficio chiclero, cada mes regresaba de la montaña cantando y silbando, trayendo consigo carne de tejón, inmediatamente hacían un festín pues era la única ocasión en que se comería carne, también a veces conseguía traer uno que otro regalito para sus pequeñas niñas pero sobre todo para su amada Juanita quien siempre lo recibía con tremendo abrazo mucho antes que entrase a su casita vieja.
Desde el primer día de clases la maestra “Felipa” sintió gran afecto por Juanita no solo por lo curiosa sino también por lo inteligente que era, sin embargo Juanita solo pudo estar en clases por algunos periodos ya que cuando se le acababa su libreta continuaba escribiendo en las páginas en blanco de su libro, pero cuando estos llegaban a su fin ya no tenía posibilidades de comprar otra libreta. Entonces ella tenía que salir durante una temporada para vender tamales en los diferentes parques de su pintoresco pueblo para ayudar a su mamá con los gastos de la casa. En las noches mientras estaba recostada en su hamaca, que más bien era un costal de frijoles, ahí quietamente ella observaba el techo de paja de su casita vieja donde trataba de recordar lo que había visto en clases algunos meses atrás. A pesar de todo ella era feliz sabiendo que alguna vez pudo ir a la escuela cuando otros ni siquiera habían puesto un pie en ella. Fervientemente recordaba aquella estrella fugaz donde había pedido un deseo que pronto se haría realidad pues ella anhelaba regresar a aquellas montañas donde podía correr entre los chicozapotes, cuidar de los animales, jugar con su tierna “sebita”, enseñarle más palabras a “panchita”, platicar historias con los hijos de los chicleros pero sobre todo acompañar a su padre. Ahí fue donde creció Juanita la hija de “Don Chicles”.
Que días aquellos de tan memorables recuerdos, una sonrisa ilumina el rostro de Juanita de pronto en aquel cuarto de hospital ella se pone de pie y le da un beso en la frente a su padre, luego se asoma por la ventana donde puede observar en el cielo la estrella de la mañana. Inesperadamente una estrella fugaz deja rastro en el cielo estrellado, fervorosamente ella pide un deseo, sobre sus mejillas corren lágrimas y tal pareciera que de esa niña ensoñada que vivía en Tizimin no queda nada, solo es una mujer desesperada, quien trata de aferrarse de una oración para que su fe no falte. En ese momento su padre “Don Genaro” al fin despierta y la llama por su nombre, ella se acerca y se postra al pie de la cama.