Si ella sentada frente a ese mar en ese balcón, con transparencias, su tabaco y sus tacones, sólo ella deseaba en ser deseada, amada y, otra vez, volver a su pueblo después de diez lustros de vida huyendo, prostituyéndose y más escapando de la autoridad y sin saber nada de la vida ni de aquel marido que le hizo presenciar un asesinato de tal grado. Cuando al acecho de todo y por la nada del olvido, nunca pudo atar el olvido, como debía en ser, sino que huyó y más y más, dejando inerte el corazón y en un hilo el susto en ser enjuiciada por un asesinato que ella no cometió. Si pasaron más de diez lustros, y ella todavía sentada en ese balcón esperando por algo o por tratar de atar el olvido a su mala existencia. Y vivió así, sin saber nada del otro pueblo, del pueblo de cuna, de su pueblo donde había nacido, y así quedó pensando en cómo atar el olvido si nunca lo logró. Cuando en el rumbo y en el éxtasis de su tormentosa vida, se dedicó en ser como el vil tormento de la vida misma, cuando su esencia y su pasado marcó una locura y una transparencia innata de huir y nada más que huir y en querer escapar de una cárcel, en la cual, nunca llegaría a pisar si se lo juró ella. Cuando, de repente, se envolvió de llanto y pena, al recordar a esa vida perdida por las manos de su marido. Cuando en el desastre de ver y de sentir el suave, pero, constante desenlace se vió como la más hermosa mujer queriendo ser feliz, pero, no, no era feliz sino intimidada de temor y pena, y de seriedad horrorizada de un sólo sufrimiento. Cuando sólo logró albergar más que nunca unos malos pasos en el alma, y en el camino una conciencia para caminar lejos de ese callejón, sí, de ese callejón. Cuando el corazón se le lleno de iras y de miedos y se desesperó por el temor de ser acusada de asesinato, y más que eso en ir a la cárcel. Si ella se vió espantada y llena de espantos y de temor lleno de horrores nuevos cuando pensó que quizás la estaban buscando como testigo o cómplice, si yá han pasado más de diez lustros de vida. Y ella sentada frente al balcón, esperando siempre una respuesta o una salida en ese mar ahogando sus penas y su sufrimiento. Y queriendo atar el olvido, siempre quedó allí sentada en el balcón de frente mirando siempre al mar. Sólo lo logra ver en su mente, a ése hombre que su marido mató y que asesinó, sí, en el callejón, sí, en el callejón, y quiso suicidarse en ese mar ahogando sus penas y más que eso ahogando a su corazón. Cuando en el trance de la verdad, ella se vió en razón y sentimiento cuando en el lugar de su corazón, sólo quiso ver y sentir la fuerza en el dolor de haber huido y en ser más feliz que nunca. Cuando en el trance de la verdad, quiso en ser como el tormento o como el ineficaz desenlace de creer en el combate de dar con la mala suerte siempre en su vida. Y puso música romántica al lado de ella, en ese balcón por la tarde de un sábado, calmando su destino y más que eso calmando un cruel camino que yá había logrado pasar, pero, no, no quiso recordar más el ayer, ese cruel pasado que la mata a cuchillito de palo. Cuando en el desenlace de ver el cielo de gris de tormenta no lo tomó personalmente, cuando no era así, sino que abstractamente veía a su vida de esa manera cruel y devastada por la lluvia, por el gris tormento y por el cielo siempre en tempestad. Mientras que ella pasaba esa velada en soledad y en solitario presente, sólo se vió atormentada y fríamente desolada, e inertemente fría como el latido de su corazón. Y con tabaco en mano y con música romántica, sólo se dió lo que se dió una fuerza fuerte como la luz del sol y como el frío venidero de un sólo porvenir. Cuando en ese balcón frío y desolado, inerte y tan frío, como la misma luna en el cielo, se dió lo más impetuoso de un todo, porque en el embarque de un todo se vió atormentada y fría por un pasado y tan vivo como lo fue asesinar a un hombre a la triste tempestad y en un triste combate en querer amar a su propio destino y tan fuerte como lo fue huir lejos de ese pueblo y de ese triste callejón. Cuando en el alma y más que eso en el desenlace frío y tan fuerte como lo fue ser testigo y cómplice de un desastre tan horroroso como lo fue que su marido matara a ese hombre por el maldito dinero. Cuando, de repente, fue y se fue por el limbo atando siempre el olvido, y tratando de rehacer su vida, pero, ¿qué vida?, si siempre huyó y sin percatarse de que su marido había sido puesto preso por ese vil asesinato en que ella fue testigo y más que eso cómplice de un vil homicidio. Mientras que en ese balcón y escuchando música romántica, se halló siempre buscando y perpetrando lo que en verdad se dió en su alma y más que eso en su miedoso corazón. Cuando en el ocaso frío se vió atormentada y tan fría como el mismo hielo en el mismo refrigerador. Cuando en el trance de la verdad se siente como la misma fuerza y la misma fortaleza en dar con el reloj del tiempo, y con el trance de la verdad, se siente como en el desierto una fuerza mayor en el combate de la verdad si siente como el pasaje del dolor que llegó y que no se fue lejos, buscando un sólo tiempo en el ocaso o en la noche fría por una eterna soledad. Cuando en el trance de la verdad, cuando en el ocaso y en la vil noche se siente como el dolor fuerte y tan débil del alma, como lo fue pasar lejos de la verdad. Cuando en el trance de lo real, se vió fría y atormentada y débilmente fuerte como el mal deseo o como el mal trance de la verdad de la silueta de su cuerpo haciendo un humo y recordando a su eterna juventud como algo imposible en volver o regresar al pasado y poder haber vivido mejor. Cuando su esencia y su perfección de mujer herida fue y será su pasado y su frío inestable de saber que algo malo pasaría. Y ella decide no vivir más con el miedo ni con el mal en que había vivido y pernoctado por tanto tiempo. Si en el alma y más en su corazón, se vió aterrada y aferrada al frío nefasto de un delirio psicótico de su propia mente y no, no podía más vivir así. Cuando en el delirio se dió lo más débil de creer en el alma fría automatizada de una espera y de un sólo soslayo inerte y frío cuando sólo recordó a su vida pasada. Cuando en el alma se dió lo más fuerte y lo más débil de un momento, cuando en el torrente frío se sintió como el más náufrago escondido de creer en el mundo una fuerza de regresar con el pasado.
Y ella tomó, otra vez sus cosas, como por aquella vez dejando todo de un sólo lado. Cuando en el combate de creer en el suburbio autónomo de dar con lo más directo de un sólo acecho se electrizó su forma en poder dar cara y poder regresar a su pasado. Y así fue tomó sus cosas, y embarcó en el tren de la vida, y tomó un suburbio de claridad y de no oscuro mayor desenlace, de dar con el recelo de la bondad y de dar con el cruel desenlace y de dar con la virtud y de dar con la claridad de un torrente de sinsabor enfrentando su destino, tarde, pero, tan seguro como la pura verdad. Y su rumbo cayó en cuenta, y lo buscó a él, a su marido, estaba todavía casada con él. Fue un caso muy sonado en el pueblo, el asesinato en el callejón, sí, en el callejón. Ella, sola y tan fría, pero, muy segura e indeleblemente desolada y tan solitaria como la misma paz. Y se subió a ese tren de la vida misma, cuando sus ilusiones van más allá de la pura realidad y de la pureza innata de saber que su esencia, sólo quería saber que su pasado volvía a ser presente. Cuando en el suburbio automatizado de la espera esperó por el viaje, una nueva ruta y un nuevo tren de la vida, hacia regresar a un sólo pasado de su vida misma. Cuando en el altercado frío y con un sólo desastre se vió frustrada y muy cansada, de acaecer en el mismo abismo y de caer en el mismo pasado siempre pensando y recordando sin poder atar el olvido en sus pensamientos y más en sus sentimientos. Y se sintió culpable de huir y de escapar de un sólo asesinato, y de un sólo porvenir incierto dejando la manera de amar fríamente, y de querer amarrar el deseo en su ambigüo deseo en querer dejar la mala suerte para otro lado. Cuando en el trance de la verdad y de la pureza innata de saber que todo sería pasado nuevamente al revivir la esencia y más la presencia innata de saber que su coraje vá más allá de saber y de pensar y de imaginar la naturaleza de saber que su verdad diría a pesar del mal que le ocasiona en su vida. Y más que eso vá decidida a descifrar la incógnita y más que eso a saber que ocurrió en verdad después de que ella se marchó lejos del callejón, sí, de ese callejón frío y tan solitario con ese invierno solo y tan devastado. Cuando se fue en el tren de la vida, y con él, la vida, el pasado y la fuerza en sobrevivir y en subsistir en esa forma de creer en el trance de la verdad. Cuando en el embate de dar con el reflejo del sol, se vió atentado y tentado en dar la luz del sol en una forma tan extraña de dar con el silencio. Y con la forma de atraer en la manera de dar con la mala situación de creer en el embate de dar con el mal en que había pasado en su cruel pasado. Cuando en su forma de atraer en la forma de la virilidad extraña en poder sobrevivir y de acercarse en la forma de ver el sol en sus ojos de luz. Cuando desafortunadamente ella creyó en su esencia y más en su forma de dar con el sol. Y calló silenciosamente y bajo el juramento en decir la verdad ante la autoridad. Cuando, de repente, prosiguió un rumbo y una sola dirección cuando en el instante se vió marcando un suelo que ella yá conocía. Cuando en el trance de la verdad se vió aterrada y aferrada a un sueño, el de ser libre después de huir y escapar diez lustros de vida. Yá en la vejez y en un altercado de un mal agüero se sintió delicadamente, y tan suave como el algodón, pues, en su esencia y más que eso en su presencia, se sintió como la paz. Si en el tren de la vida se sintió suavemente y delicadamente en saber que su alma yá estaba tranquila y devastada en paz. Cuando en el desenlace de ver el cielo de gris lo vé de azul y con un sol siniestro tan real y tan hermoso como los mismos ojos.
Y llegó al pueblo, y vió el callejón vacío, y diferente, y por un funesto mal momento, se dió lo efímero y más perenne de creer en el cruel final de aquel instante en que fue llevada por el brazo por su propio esposo hacia el callejón, sí, en el callejón. Si en el instante se vió fríamente y mal herida, pero, era por mala conciencia, pero, cuando en el mal momento se vió en un altercado frío y tan desnudo como el haber presenciado a un asesinato. Si por delante de la verdad, se vió aferrada a la vida y al mal deseo de esa noche fría y desolada y tan impaciente como los mismos nervios. Si dentro de ese ocaso cuando llegó desde el tren de la vida hacia el pueblo nuevo y tan cambiado por la forma de subsistir en el tiempo. Cuando en el albergue de la conciencia y del mal estado en que ella se sentía después de regresar de ese lapso de tiempo desde hacía más de diez lustros de vida y llegó al pueblo. Y se olvidó del balcón y de ese mar bravío en que sucumbió una sola razón, y un sólo pensamiento, y un sólo sentimiento, cuando, de repente, se entregó fuertemente, y con más fuerzas que fortalezas, en que el deseo se volcó como destello de una erupción volcánica. Cuando, de repente, busca en la biblioteca periódicos viejos de ese momento y de esa fecha tan grabada en su memoria desde hace mucho tiempo atrás. Y busca y busca y sí que lo habían apresado, a su esposo, pues, salió culpable de ese vil asesinato en que nunca dijo que su esposa era cómplice o testigo de ese vil asesinato de ése hombre en el callejón, sí, en el callejón. Y sí, que lo supo todo, que se halla y se encuentra en la prisión del pueblo, en la vieja prisión. Y fue hasta allí, la esposa, ella, la cómplice o testigo cuando su esencia y su presencia se debía a que el siniestro cálido se tornó frío y muy descendente y muy caluroso. Cuando en el aire y en el deseo se tornó áspero y muy amargo en el sabor de ese mal tiempo en que ella fue cómplice o testigo. Y lo buscó sí, a su marido cuando logró hallar después de tantos años, y su capacidad de recordar estaba en mal estado y cuando la vió, a ella, él, el esposo gritó enfrente de todos, que ella fue la que asesinó a ése hombre. Y la acusó de asesinato cuando en el trance de la verdad, se aferró al destino y al mal camino, cuando en el trance de la verdad se vió fríamente y con un destino y tan frío como el mismo invierno cuando ella, sólo ella, se vió muy nerviosa en el mismo tiempo, en que la consuelan, pero, no, no era ella, sino un mal deseo y ella pide ser interrogada por la autoridad y lo expresa todo, pero, ella sola, abatida, y en un enjambre de malos sentimientos, se envenenó su alma y más que eso, en su tiempo y en su forma de creer en el mal frío de querer subsistir cuando en el alma y en su corazón sólo quería expresar la verdad y con toda razón. Cuando su alma se vió terriblemente dolorida y en un mal estado de nervios. Cuando a ella, sólo a ella, la encarcelan, pues, fue cómplice que huyó de las autoridades. Y fue presa como el esposo, y diciendo la verdad, sólo ella, se aferró al mal deseo. Y lloró con una triste desavenencia y con un dolor muy terrible en deseos muertos. Cuando, de repente, se vió horrorizada y por una transigente penumbra y en soledad fría y tanto desasosiego persistente e impaciente, se vió fría y tan desolada, como el ir y venir lejos y sin poder haber atado el olvido en su cruel vida, yá que su mundo se había volcado de iras y de intransigencias autónomas de un mal estado de nervios y sin tabaco.
El esposo de ella muere en la cárcel, y ella sale de prisión por buena conducta, aunque en realidad ella no fue la que asesinó a ése hombre. Cuando ella regresó al callejón, sí, en el callejón, por donde había transcurrido todo desde una perspectiva de asombro y de un miedo inconcluso desde que el destino se vió aferrado. Cuando en el altercado de la fría verdad se vio con un boleto de ida y sin regreso, hacia el otro pueblo, sí, se despidió de ese callejón y de la vida y de la mala suerte siempre en su vida. Y se fue al pueblo, al mar y al balcón de su casita en el otro pueblo, cuando en el desenlace de ese tren de la vida. Ella se vió aferrada y aterrada a la muerte y más al suicidio cuando en el tren de la vida, sólo quiso en ser como el deseo y como la vida misma, cuando en el tarnce de la verdad, se vió marcando un suelo y una salida en su corta vida cuando ocurrió el mayor desastre y el peor error en su corta existencia cuando decide embarcar en el trende la vida a buscara a su esposo en el pueblo viejo, pero, quedó tan bien de conciencia y por una tranquilidad autónoma de sentir en su alma el poder de ser una verdadera mujer con cabales y potencialmente mujer y más que eso estar en libertad y en ser tan libre como la paloma. Y se fue de rumbo hacia su casita, por donde se halla el mar bravío, y en ese balcón donde, ella, escuchó música romántica, y que quiso ver salir el sol en la alborada de un amanecer hermoso. Y dejó todo listo y muy claro en la vida, pues, en el tiempo y por atar el olvido, se vió aferrada y aterrada al mal desenlace de ver y de creer en la forma de cómo haber vivido siempre en la prostitución, y con el tabaco siempre dispuesto en sus manos para combatir los nervios. Y ella, sabía que en el desastre de querer amarrar la sapiencia y la sola soledad en el alma, se vió aterrada y más que eso en el trance de la verdad se vió fríamente triste por haber vivido de tal forma, huyendo y escapando siempre de la pura realidad. Cuando en el alma y más que eso se vió maltrecha y devastada por el frío desolador y dejó sus tacones al lado y vió al mar bravío, clandestino y frío y quiso lo que nunca hacer un suicidio y por un ahogamiento frío y muy ahorcado en el cuello. Y con tabaco en mano hizo lo que nunca atar el olvido…
FIN