No presumo de ingrato, pero admito
que no está nada bien decir a voces
que uno entiende mejor a un animal que a una persona,
cuando menos
carece de buen gusto y quien lo dice
-en este caso yo- sí que debiera
confesarme culpable.
Culpable, sí , culpable por ejemplo de haber dado de lado a mi familia,
de huir de mis amigos
y hablar solo
o charlar con los muertos, las nubes y la lluvia.
Culpable por haber intentado tantas veces degollar a unos cuantos,
por haber sido Atila y no Quijote,
por no haber confiado en los horarios flexibles ni en el gozo
de un día soleado.
Culpable sobre todo de no haberme
suicidado hace tiempo
y estar vivo
consumiendo un oxígeno que alguien hubiera aprovechado
mucho mejor que yo.