Sentado en el banco del jardín escucho el abrir conocido del portón de entrada, el chasquido de las gastadas bisagras asemejan un pedido de clemencia, el clic típico del cerrojo se escucha silencioso.
Alguien entró o quizás salió.
No es de vital importancia, el portón cumplió su cometido una vez más.
El sonido no es agradable, en verdad atrevería a considerarlo como molestia, ese chirrido de metal con metal, a causa de la corrosión ocasionada por la intemperie, frío o calor, y por supuesto la lluvia y su hijo el roció colaboraron en la tarea de desgaste.
A todos molesta es de suponer, no obstante nadie tomó iniciativa y trató de solucionar el ruidoso problema.
Con seguridad, dentro de las casas al comenzar un leve ruidillo de alguna de las puertas, en un santiamén con ayuda de unas gotitas de lubricante el insoportable malestar desaparece.
¿Porque no aparece el salvador que, provisto de los elementos necesarios, ponga punto final al ya nervioso quejido del viejo portón?
Analizando la incógnita con un aire de investigador ambiental, he llegado a la conclusión que todos los vecinos disfrutan, por así decirlo, del sufrimiento del susodicho.
No existe explicación diferente.
Di rienda suelta a mi pródiga imaginación y deduje que al escuchar los quejidos del portón nuestras antenas de la curiosidad reciben la alerta.
¿Quién nos visita, un amigo, un familiar?
Tal vez el vecino salió, ya regresaron los que estuvieron de excursión en África, las conjeturas son variadas y diversas, las sorpresas otorgan esa pizca de matiz a la rutina de los días.
En mi particular caso, el crujido despierta sentimientos del recuerdo, quizás añoranzas de un pasaje de tal película de suspenso, o el golpeteo incesante producido por los azotes del viento en un día de tormenta, la llegada del soldado ausente desde largo tiempo, el golpe forzado por la ira del que se fue para no volver, la abertura suave en manos de un niño de corta edad que vuelve con el raspón en la rodilla llorando en busca de sus madre, el seco cerrar del hombre nervioso después de un día de trabajo excesivo...
La mente juguetea, las escenas se mezclan, interponen, producen sonrisas en mi rostro, también ocasionan tristezas, el chirrido del portón me regresa a la realidad...
¡¡Uf, ese maldito portón!!
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