En mi ventana trasera, en sus aledaños,
habitaba un gran árbol enramado,
curtido, y fornido por los años
con hojas caducas, y un poco inclinado.
¡Cuantas tardes lo contemplé!
oyendo el cantar de los pájaros,
y viendo sus movimientos alados
entre ramas, arriba y abajo.
Sus brazos extendidos, verdecidos,
como pidiendo ser abrazado,
brindando su sombra
los calurosos días de verano.
En el patio amurallado de pisos,
ofreciendo las hojas, expandía sus ramas,
que en otoño el viento balanceaban,
y aterrizaban cerca de mi ventana.
Ya con su cuerpo desnudo,
recibía la lluvia tempranera,
sin inmutarse, hasta con elegancia,
esperando una nueva primavera.
Albergaba en mi la esperanza,
de ver de nuevo sus ramas enverdecidas,
que amamantaban a las nuevas hojas,
a pesar, de la brevedad de sus vidas.
José Antonio Artés