Era tu voz
tan dulce y melodiosa
que enamoraba.
Me cautivó
el canto de tus labios
aquella tarde.
Y hasta soñé
con ratos y momentos
que no existieron.
En ellos tú
venías a mi lado
con tu sonrisa.
Y en ese instante,
vivimos muy felices
sin darnos cuenta.
¡Bendita infancia,
de nuevo rescatada,
con estos sueños!
Y me quedó
el timbre de tu voz
en los oídos.
También con él
dejaste mil caricias
que eran sinceras.
Y me dormí
contigo, en este sueño,
sin un suspiro.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/06/21