En el bosque claroscuro
se escuchó el rugir de fieras…
aquella noche brumosa,
aquella noche en tinieblas.
Y el rugir, era temible,
por los montes y praderas,
donde se anunciaba siempre
el olor a calavera,
con los huesos retorcidos
reflejando su pavesa.
En el bosque nada es fácil
con toda su enredadera.
Los bejucos y serpientes,
en aquella noche espesa,
se confunden en lo oscuro
y se arrastran por laderas,
donde todo pie descalzo
puede ser la fácil presa,
de las víboras malignas
que la sangre le envenenan.
Pero aquel lugar oscuro
donde no habían estelas,
poco a poco fue cambiando
con zompopos y hormigueras,
que muy bien organizados
en el bosque y en la tierra,
atacaron decididos
a las bestias y culebras,
que cayeron doblegadas
acabándose sus fiestas,
que gozaban, disfrutaban,
de una forma tan siniestra.
Y aquel bosque florecido
con luciérnagas tan bellas,
fueron luz que iluminaron
los caminos con pedreras
para caminar seguro
sin temores las veredas,
simulando aquellos surcos
las hormigas zompoperas;
y al unísono cantando
bajo aquel manto de estrellas,
muy seguras de sí mismas:
¡Vivan las luchas obreras!