Tendida sobre el prado
sus labios murmuraban
con su timbre armonioso
intangibles palabras,
sus ojos cristalinos
de color esmeralda
sensuales y traviesos
vertían sus miradas
con mágicos fulgores
de vírgenes paganas
que invitan al derroche
de la candente llama
que portan los deseos
cuando con furia atacan.
Sus mórbidas caderas
en forma de guitarras
despacio se movían
lo mismo que una palma
que ondula con el viento
con esa gran prestancia
que tienen las gaviotas
cuándo baten sus alas
que fueron por Natura
de belleza dotadas
con ese raro encanto
que penetra en el alma
lo mismo que la nota
que del violín emana.
Sus manos muy sedosas
mi rostro acariciaban
así como acaricia
la brisa en la mañana
con suavidad sublime
del pétalo de dalia
que terso y colorido
con su perfume embriaga
haciendo que viajemos
al mundo de las hadas
en donde siempre se oyen
del dulce amor sonatas
envueltas en las nubes
de regias filigranas
de aquella piel moruna
que lentamente atrapa
pues tiene del delirio
su luz tornasolada.
Y fueron tantas noches
bordadas de esperanzas
que tuve entre mis brazos
su figura lozana
mirando en su sonrisa
la luz más limpia y clara
con lumbre de ternura
febril y apasionada
cuando sus labios rojos
sus mieles me brindaban
con la dulce ambrosía
del néctar de manzana
que hacía que mis venas
de fuego se llenaran.
El tiempo fue pasando
con implacable marcha
y todas las promesas
volaron en bandadas
igual que las palomas
que por el cielo viajan
en busca de otros nidos
que puedan abrigarlas
con el arrullo tierno
que reconforta el alma
pues dentro de mi pecho
amor ya no anidaba
y se sentía sola
en medio de la nada
lo mismo que una rosa
que azota la borrasca
con sus pétalos rotos
cargados de nostalgia.
Autor: Aníbal Rodrígez.