Allí donde el huerto florece
y la hirsuta piedra
ve pasar
bandadas de estorninos,
se encuentra la humilde
losa
cubierta de crisantemos.
Tres cruces, cuatro
—quizás media docena—,
el viajero al cruzar
bajo el pétreo arco oxidado,
mira un instante y prosigue
su lento caminar. La parca
suave ha silbado ¿O ha sido el viento?
Hay rosas y enredaderas
y un mirlo que quiere unirse
al juego de las miradas.
Tanta gente, tan cambiante, tan diversa
y la losa siempre
la misma,
morada verde esponjosa
compañera de la piedra.
¿Quién guardará en su memoria
aquel instante, aquella hora?
La torre
—ventana oval en sus entrañas—
prolonga su débil sombra
hasta el centenario olmo,
urdimbre de raíces entretienen
la incierta marcha del dedal
que busca ingenuo la sonrisa
allí donde no queda
más que un halo de
esperanza.