Te soñé, en aquel puerto, mi alma se impregnaba de blanca anochecida en tus ojos, me gustaste tanto como aquella vez, sentía la grisura de faro de tus manos, lluvia nácar, riente azul de agua, así se desleía el horizonte de tu piel en mi tacto, la voz de las olas en tu corazón se refleja, cuando en tu boca se desenreda la luna, canción íntima y transparente, al verterse en la forma y vibración de mi sombra, vértice de tus brazos. Mi alma vuela buscando un invierno trizado, deshojado en tu llovizna de ocaso, tienes la forma del océano cuando riela en un nublado de ópalo, susurrando tu nombre en una constelada interminable, olvidaba decir que en tus pupilas habita rocío de constelación, cuando tus manos buscan las mías, se forma un veraniego soneto de lirios. Cuando tu contorno se expresa en infinito vaivén, la caricia pertenece al lenguaje de la línea y la prosa, la ternura con la que una duna se desprende de la composición de tu gesto, siempre es un dédalo perfumado que se expande, la impresión de un momento disperso, fui canción expandida en tu sonrisa, primavera de rosa vacía, rimando discreción de estrella, escribirte en el reflejo que palpita. Dejé a la deriva la eternidad insondable, a penas, el entrevelo de tu tacto, y la abreviación del universo, tocándote, rozando tus labios con un velamen septembrino, te soñé en aquel puerto, me gustaste tanto como aquella vez, mirándote desde un retrato, lluvia nácar, riente azul de agua en tu piel, la voz de las olas tienen la forma de tu alma cuando se desenreda la luna en un nublado de ópalo, canción íntima y transparente, al verterse en primavera de rosa vacía, rimando discreción de estrella, vértice de tus brazos…