EXTRAÑÁNDOTE
—¡Despierta, despierta! —Le decían.
Mientras el soñaba con un antílope dorado
que volaba prados amarillos de tan yermos
y los regaba de estrellas
para que luego amanecieran jardines imposibles.
No tardó en amar al antílope dorado,
visitar los jardines sembrados en los prados.
En sus sueños, comenzó a volar,
soñaba, no paraba de soñar.
—¡Despierta, despierta! —Le decían.
Pero seguía volando,
alquilaba nubes para poder tomar una siesta,
guardaba viento brisa en sus bolsillos
y conversaba con siete pájaros errantes
que lo animaron a seguir sus aventuras.
—¡Despierta, despierta! —Le decían.
Pudieron al fin despertarlo…
Al verse de nuevo tan él, de tristeza murió.
Cuentan que donde está su tumba
moran pájaros en los atardeceres
y se respira un brisa con aliento floral por la mañana.
¿Y el antílope dorado?
Lo extraña, ya ni riega más prados con estrellas…
Anton C. Faya