Por la senda de este
paisaje oscuro, me topo,
con el rastro de un ciervo alado,
que relinchando como caballo
de Atila, corta el viento,
disuelve nubes, eclipsa
el Sol cenital, hiela arroyos,
paraliza el viento del norte, gélido
Mora por estos lares, una
viscosidad errante que,
cubre todo con su manto lúgubre,
flotante, mientras los buitres
planean, esperando, observando
deslizarse sobre la presa.
Los nubes retuercen edificios,
se traga la urbe, la oculta,
retuerce las estructuras con
los cirros de cristales de hielo
desatados, consternados, troquelados.
El firmamento, ambarino, sucio,
contaminado, apresa cuanto cubre,
hasta devorarlo, destruirlo, despeñarlo.