Mucho mienten
los poetas.
—Homero—
Satie me persigue,
o yo a él —vete a saber.
Satie era guisante amarillo,
rechazado al desperdicio,
incomprendido por distinto,
desdeñado por salirse
—pero no mentía,
por eso fue amado
por los que codo a codo
escuchaban sus notas,
sus variaciones que de disonantes
pasaron a glosar la estancia
de los dioses pasado el tiempo.
Satie sigue ahí, detrás de mí,
debe ser que es un igual,
un pájaro que busca sin cesar
un error en la jaula,
una abertura entre barras
un poco más ancha
para imaginar la libertad.
Satie alumbrando el horizonte,
Satie coleccionista de paraguas,
vestidor de pana en los trajes,
escribidor de unas memorias
intituladas de un amnésico,
comedor de comida blanca,
de notoria extravagancia,
de casa oculta e ignorada
para el resto de su entorno,
de modestia en lo material.
Su Montmartre henchido de cabaret
le llenaba las horas de trabajo,
con Debussy formó sociedad
contra el academicismo.
Su paternidad en la música moderna,
sus armónicos novedosos,
lo hacen en el deber
de ser recordado por el melómano.
Satie me sigue persiguiendo,
y ya se entiende el motivo.
Pintó con batuta por pincel
las impresiones y otros amaneceres
en la orilla del Sena, el solaz del parisino
sobre una hierba que sigue verde.