La belleza del cuerpo es pasajera
como un amanecer del mes de mayo,
voluble, asustadiza e inestable,
esclava de las modas y los años,
mas la belleza del alma es sempiterna,
resucita y alegra la mirada,
transmite la alegría en su sonrisa,
la empatía, la paz y la esperanza.
Paseo por jardines y avenidas
y me cruzo con mujeres tan hermosas
que iluminan todo cuanto miran
con la luz que su corazón rebosa,
señoras sin edad y sin complejos
que ganan -como el vino- con los años,
mujeres pletóricas de vida
sensuales, sugerentes, sin engaños.
Madres, abuelas, diosas encarnadas,
vestales en el ara de los tiempos
sacerdotisas de la pasión sin trampas,
vergeles en las dunas del desierto
que no precisan quirófanos ni saunas
porque el amor multiplica sus encantos
porque nunca han jugado a dos barajas
ni se han tirado un farol sin tener resto.