Me veo los pies
leales heraldos
de un pasado glorioso
aunque no terminado.
Me veo las manos,
sombras entre tantas manos,
llamas de amor cuya
lujuria no admite mayor
vocación.
Me veo a los ojos,
de frente o de perfil,
siempre sacan orgullo y
derriban viejos cansancios,
estrenándose al amanecer.
Orgullo nunca vano,
celosía leve de amores
siempre humanos.
Me veo los pies,
los ojos, las manos:
¡qué hermosa canción
de eterno verano!
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