Alberto Escobar

Ayer toqué el cielo

 

Es tocar el cielo
poner el dedo sobre
un cuerpo humano.

Novalis

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando tus ojos no quieren ver
lo que está delante del espejo.
Cuando tu recuerdo antepone
un velo y se te niega la realidad
de los hechos, el tiempo pasa,
el árbol de ayer que respiró
de noche ahora al sol exhala
oxígeno para alimento tuyo,
para alimento mío —y eso es imparable. 
Mientras escribo estas letras miro al frente,
veo la inmensidad de un verde pincelado
por el declive de un sol 
que anuncia su próxima corta vida,
y me recreo en los destellos 
que salpican sobre las copas de los árboles,
la quietud momentánea de las hojas
porque el viento ha decidido estar quieto. 
El Tiempo es el periplo de una gota 
de arena que se precipita estrechez abajo
hasta llenar una pompa de cristal,
hasta darse la vuelta como por arte de magia
y empezar de nuevo cual un Sísifo implorante. 
Mientras escribo la gravedad insaciable 
de los segundos me envía a un delta 
del que no tengo clara noticia, solo sé
que desemboca en una inmensidad 
que no tiene dimensiones 
porque el hombre no está capacitado
para poner sobre ella escuadra y cartabón.
Mientras plasmo este río sobre el alba
de este cuaderno me pregunto sobre el juicio
constante al que sometemos la sencillez 
de la que formamos parte; la misma materia
que caracteriza el árbol antedicho nos atiene,
nos envuelve y nos hace tan sencillos y frágiles
a un tiempo, tan inabarcables como ese océano
al que mi vida tiende irremisible; esta vida
no puede ser sentada en el banquillo del ego
porque no cabe, no hay estrado que soporte
el tonelaje infinito que su significado comporta,
y no hay carpintería en el mundo 
que pueda resistir ese peso, no tiene sentido...
No sé a que viene todo esto pero el caso es que me he puesto a desbravar sobre el Tiempo —como veis muy original por mi parte— que pasa por nosotros, el Tiempo consciente, ese que debemos asumir con el paso de la vida si no queremos andar con el reloj a deshoras, enroscando y desenroscando cada dos por tres la ruedecilla de los minutos y las horas; y eso no hay sueldo que lo pague.
—no decírselo a nadie pero todo esto debe ser porque ayer conocí una chica de mi edad, y la acepté.