Guadalajara, aquella ciudad que sabe a tierra mojada como se recita en sus canciones, cautelosa en el día y melancólica en la noche, se baña del aire de sus parques y se seca en el calor de su gente, es fuente de inspiración de poetas y cuna de los grandes mariachis, como no quererla si impregna en cada suspiro el sabor del agave de Jalisco y deleita con su gastronomía magna a todo aquel que goza visitarla.
En una noche podemos vivir el nacer y el morir, el humo que nos enceguece con fe y la luz que brilla, pero sin saber su fin, es tan relativo como encontrar detrás de una pantalla alguien que te va a hacer sentir vivo, pero que su partida revela algo de muerte, no lo puedes imaginar, vas caminando por el parque entre avenidas, aquel Chapu, de calles ruidosas, pero que da variedad al que lo busca, no esperas sentir el temblor al tener que verla, si una mujer, aquella que no significa nada a los ojos, pero se vuelve arte en tus labios, la que es tímida, pero habla con su mirada cosas que ninguna gran mente podría ignorar.
Dos en la ciudad, quizá la espera de alguien más vale la pena si se está con la compañía indicada, fuimos aquel bar que evoca a los santos, el de las cervezas de litro y las cumbias típicas de la cultura mexicana, nada mejor que dejarse llevar por la música banda combinada con los clásicos de las canciones que nacen en la ciudad donde ahora vivo. Todo es tan nuevo y familiar que puedo compartir con ella algo de lo que le gusta y le puedo enseñar algo del mundo que me abarca, compartir con ella iba más allá de una canción y si fuera solo una esperaría fuera una balada y no algo vano y sin alma.
Un beso, la culpa fue toda de un beso, de aquel sentimiento perdido por varios años entre labios ajenos y miradas innecesarias, sus manos se juntaban a las mías y todo lo demás carecía de sentido, no había nada mejor que bailar con ella y sentir su cuello arropando al mío, era mía por un momento y luego la tenía a unos metros de nuevo, una noche convulsionada y confusa sin saber mañana el día que nos iba a deparar, no hubo aquel día, ni el siguiente, mi reloj de arena se iba agotando y aún la pensaba, las manijas corrían, pero ella seguía desaparecida, quizá esa noche fue solo un sueño, pero lo sentí tan real que al pensarla me estremecía, tan solo quería que esta noche fuera eterna como una balada y termino siendo la balada de una despedida.