Alberto Escobar

Me detengo...

 

El hombre es pastor 
de su ser.

—Martin Heidegger. Ser y Tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 


Paro.
Me detengo en una mota de polvo.
Me unto leve saliva en el dedo
y froto la parcela de la pantalla
que ocupa esa mota, la quito.
Me detengo, sigo al pie de la letra
un ritual, un eslabón tras otro eslabón
hasta que la cadena termina.
Me detengo; son los preámbulos
del acto amoroso que es la escritura,
no puedo empezar de repente,
necesito hacerme a la idea 
de que voy a vaciarme de algo precioso
—al menos para mí—
que ofrezco al lector como limosna
al menesteroso, a mí mismo.
Me detengo; me revisto de la sotana
ceremonial, del recado de consagrar
y de los oleos litúrgicos, bendigo una hostia,
me sitúo detrás de un altar que no existe,
tomo el breviario y alzo la voz en silencio;
el feligrés se alza respetuoso, junta las manos
y reza en silencio, agacha la cabeza 
en señal de introspección, buscando su yo...
Me detengo, alzo los ojos para que la vista
descanse, me sumo en las notas musicales
que me envuelven, miro de frente.
Me detengo, dejo que la lava que emerge
desde mi raíz abra las bocas necesarias,
el fuego rojo me abrasa los labios,
los dientes ceden el blanco al negro devastador,
otra boca se me abre por el estrecho desfiladero
que otrora fue fuente de vida, lava blanca...
Termino, pongo el punto y final y desdoblo
las páginas de este libro que ahora yace.