El alma no tiene un rostro que vencer.
Por la amistad que nos dimos
insiste el mar,
borrosa inspiración
del aguacero en los cristales.
Una gota sacudida
sabe convertirse
en hoja otoñal,
que a su vez parece sal
acelerando un mar enrojecido,
por el repiqueteo de la lluvia
en una variación de Bach.
A horcajadas entre dos mundos
la sagrada sonrisa
se desangra de un sorbo
apenas certero.
Cómplice del amor títere,
grácil velo del olvido,
que sacia inviolables espejos
de aciaga cordura.