Es hora de dictar sentencia
sobre los hábitos incólumes.
Esa época de estudios infame,
esos lugares- bibliotecas, academias,
universidades-. Frecuento con exactitud
las quioscos que rodean los parques.
Las galaxias circulares y los trapos
exiguos de las viñetas de Ibáñez.
Dejo de lado a las víboras de mi entorno,
sacrosantas en sus metálicas vitrinas.
Es tiempo de ir desperdiciando el tiempo,
de ver volar palomitas en el cine, de acariciarse
los muslos. De reiterar la osadía, de ser libre
entre planos metódicos, de envolver la arquitectura
de un segundo, en niebla que distraiga los ojos.
De calentar el cuerpo con vino y con palabras,
de domarse la espalda en cada verso.
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