Ni te dejé ni me dejaste, fuimos
separándonos a golpes de silencio
cada uno en un iceberg desprendido
de la gélida morrena del hastío.
Pensé un instante arrojarme al agua,
vencer el hielo que nos separaba
y subir a tu isla solitaria,
pero tuve miedo y me quedé sentado
sintiendo cómo te ibas alejando
y te perdías en la helada niebla.
Pude gritarte, pedir que me esperaras
que empujaras hacia mi tu islote,
más me quedé mudo, inerte y anulado
acurrucado en mi mortal ceguera.
Hoy que solo, aterido y desolado
sueño y añoro tu cálido regazo,
rompo mis dedos contra los barrotes
que me velan la luz de tu recuerdo,
y poco a poco me hago más pequeño
y poco a poco pierdo hasta tu llanto
hasta el último brillo de tus ojos
y el sabor de tus besos tan amados