Mi querida Cupertina
te miro y quedo asombrado
de la forma que has cambiado
tu figura campesina.
Se miraba tan divina
tu carita sin pintura
con una sonrisa pura
y tu piel fresca y lozana
como la bella genciana
que nos regala Natura.
Tu negro pelo trenzado
con ese brillo azabache
hoy parece de mapache
pues de rubio lo has pintado.
Me quedaba embelesado
cuando tus manos peinaban
esas trenzas que colgaban
con olor a clavellinas
cayendo cual serpentinas
que tu espalda acariciaban.
Te conocí un mes de abril
calzando lindos huaraches
y bebiendo los tepaches
que te ponían febril.
Vestida en lindo huipil
eras diosa nagrandana
con la magia soberana
de nuestra indígena raza
con esa gloriosa traza
que supera la de Diana.
Recuerdo siempre aquel beso
que tus labios me ofrecieron,
de los míos se prendieron
embriagados por mi exceso.
Con gran pasión te confieso
que me encanto su dulzura
sabiendo a fruta madura
sin colágenos esteticos
con los sabores patéticos
sin sapidez ni frescura.
Mas después que te marchaste
hacia la gran capital
tu belleza original
por vanidad la dañaste.
Hasta el nombre te cambiaste
de Cupertina a Raquel
y tus ojos color miel
hoy se miran apagados
pues los mantienes nublados
con demasiado rimel.
Usando bonitos chales
actúas como extranjera
olvidando eres ranchera
que preparaba tamales.
Ya perdiste los modales
que distingue a nuestra gente
de ser amable y sonriente
y te portas como diva
con esa mirada altiva
tan fingida y deprimente.
Ahora en vez de admirarte
tan bien emperifollada
te miro como manchada
de tanto y tanto pintarte.
No es mi intención insultarte
tampoco herir dignidades
mas las regias cualidades
de tu innata y gran belleza
se perdió entre la maleza
de tus locas vanidades.
Autor: Aníbal Rodríguez.