Se escucha el bramido de los truenos a lo lejos,
el cielo cargado ensombrece sus confines,
el viento dándose de golpes en los ventanales…
con su silbido épico amenazante…captura a la tarde…la somete a su dominio.
El preludio de un diluvio incontenible se desata,
se vierten gotas dispersas en el patio…poco a poco… y cada vez más impetuosas.
El tejado repica el sonoro caos del turbión que trae la tormenta,
tintinean los cristales,
se encienden los relámpagos en el horizonte.
El sol se fue de viaje.
Los ventarrones corretean árboles y los persiguen hasta el bosque,
los arbustos seden a la inclemencia… y se deshojan,
los geranios pierden su garbo… desprenden sus pétalos.
Las atarjeas se llenan de lluvia como venas.
El temporal rugue como herido,
despotrica el aguacero con furia y albedrío,
brama con indignación,
se apodera del silencio y llena de bulla el paisaje,
desata toda su vehemencia…se hace dueño de la estancia,
se hace incontenible…y parece interminable…como las penas…
como indestructible parece el dolor…
como el sufrimiento…
como las angustias parecen no tener fin…
y sin embargo pasan…como pasa la borrasca.
Miro por la lumbrera el panorama remojado,
observo como estilan los aleros y veredas.
Se escurre la lluvia por las vertientes,
encuentra su desfogue y sigue su sendero…
y lentamente desaparece.
Medito frente a la ventana…
“no hay tempestad que sea eterna…
ni indefinidamente perpetua…
por más arrebatada y necia.
No hay severidad que no termine…
y cuando calma…se percibe un sosiego inefable”.
El Sol se ausenta a veces por un rato…
y siempre vuelve a clarear…
siempre vuelve a calentar…siempre.