¿Acaso nuestros ojos se suplantan?
Mi poesía cambia al ponerse el sol.
Arrobamiento entre unas manos grises.
De ser poetas, no lo somos de Dios.
¿Resucitará el coágulo abortado
de mis versos, que en la luz he parido?
Prefiero el tibio alcohol y la humareda.
Elijo el sacrilegio y lo maldito.
La vuelta en mí después de supurarme
al nacer la aurora. Dime, poeta:
¿Al flotar la mañana estás dormido?
Espera a Diana lanzar su flecha,
que a recoger tus huesos he llegado
y en devota noche he de reanimarte.