Quien juega con la vida.
Quien es dueño del destino que nos hace ser
y -sobre todo- no ser.
Quien sabe hacia dónde vamos.
Yo no lo sé.
Solo sé que estoy aquí.
Y no sé para qué.
Quien maneja los hilos oscuros
de toda esta suerte que nos estrangula
el tiempo.
Solo siento una cuerda ajustándome el corazón
y al aire dándose vueltas,
oliéndome y luego pasando.
Pasando, pasando
arrastrando mi rostro y dejando
algo demacrado, desconocido,
casi horrendo, que los perros infelices
se lanzan a ladrar.
Tal vez esto no es la vida.
Quizás todo esto es parte de un juego macabro
donde uno nace sin los naipes de la suerte,
abrazado a los espejismos sagrados
de la naturaleza
Y sigo por aquí sin entender nada, sintiendo
que los ojos se me arrancan
en la noche densa y las manos como pájaros que caen
lentamente para morirse.
Sigo sin entender como el silencio puede ser más oscuro
que la noche y más punzante
que los clavos de un ataúd.