joaquin Méndez

“Un olvido gratificante”

                    “Un olvido gratificante”

 

Estaba yo tumbado en mi cama mirando al techo, ensimismado en mis pensamientos.

 Cuando,  me pareció escuchar un leve ruido en la puerta,

Pero estaba tan distraído, que no le eche mucha cuenta.

 

 Recordaba  aquellos ojos color de miel, con su mirada serena Y acariciadora,

Aquella sonrisa que iluminaba todo a su alrededor

Como un rallo de sol,  cuando sale de detrás de una nube.

 

También a aquellas piernas largas y torneadas

Que parecían las piernas de una bailarina de flamenco.

Sin olvidarme de aquellos labios, carnosos y sensuales, como pétalos de rosa

Esos que nada más verlos, te dan unas ganas locas de mordisquearlos

Y comértelos, como si de una fresa bañada en chocolate se tratara,

 

Cerré mis ojos y comencé a imaginármela en mi cama con migo, en aquellos momentos

A si paso un rato y me estaba quedando dormido, cuando de pronto…note como si una mano

Me estuviera acariciando mis toras y mi vientre. Serán ilusiones mías,  pensé.

 

Pero no, la mano seguía bajando hacia abajo y cada vez más y más abajo peligrosa mente,

 No tuve más remedio que abrir mis ojos y me falto poco para soltar un grito,

No sé si de sorpresa o de susto al ver aquella hermosa cara tan cerca de la mía.

 

Allí estaba   ella,  con su negro pelo casi tapándole los ojos aquellos que tanto me gustaban

Que me miraran, y los labios en los que estaba pensando en aquel mismo momento.

 

Soltó una carcajada, ¿te he asustado?,  me pregunto Con una sonrisa todavía  más bella y alentadora que otras veces.

No cariño, me has sorprendido,  le respondí, seguro que con cara de embobado.

A todo esto sus manos seguían trabajando mis partes más bajas, las que se estaban alterando

De una forma escandalosa. Hasta el punto que ella me refregó su naricita por la mía y me dijo.

Hay amorcito mi papi chulo…  te sentó bien la sorpresa, ¿a que si? Mi amor, ¿a que si?

Si, cariño,  balbucee yo, mientras veía como se quitaba la poquita ropa que llevaba

En su bellísimo cuerpo entre moruno y asiático al menos a mi me parecía el cuerpo más lindo

Del mundo en aquellos momentos,  igual que sus pujantes pechos que se me clavaban como estacas en mi pecho, cuando me cabalgo,  y se inclino hacia delante, al tiempo que comenzaba una danza , asesina pues me estaba matando de tanto placer en aquéllos momentos De locura y frenesí.

 

Su cuerpo frágil y habilidoso se movía a un ritmo dislocado, e imposible de aguantar más de cinco minutos, no sé si yo llegaría a tanto.

 El caso, es que ella parecía que estaba montada en una bicicleta,  pero sin sillín,

Estaba bien anclada en su posición de de motorista, de pronto dio un giro impropio

De un cuerpo tan frágil, y me vi encima de ella como un pajarillo revoleteando

Con mis alas invisibles, porque mis manos estaban a afianzadas a sus caderas como si quisiera

Arrancársela o atármelas a mi cintura, que… brutalidades se hacen en esos momentos.

Ella también me mordía como una leona muerde a su presa, lo que pasa que ella me mordía

Los labios, e intentaba decirme algo, que yo no logre entender en ese momento Tan complicado

 Mira si era complicado, que cuando dejamos de movernos  como dos barcos

En un día de oleajes fuertes, se me olvido preguntarle cómo había entrado.

Y fue ella la que me dijo, todavía con la cara roja por el esfuerzo. ,-toma la llave que te dejaste

En mi bar, y ten más cuidado no la valla   a encontrar otra y te haga lo mismo que yo.

Te prometo, a ti,  lector o lectora,  que ahora cada día se me olvida la llave en su bar.

 

 Autor Joaquín Méndez, alias garrulo

 05/09/2010