Era el asedio. Ese punto
de equidistancia, medido
por el mundo. Un ascenso
metódico de azufre y gasolina.
La línea que separa el cielo,
las ruinas después de los escombros.
El abandono. Un cuerpo
acariciado y mutilado por idéntica
acción. Un amor en sospecha.
Le pusiste nombre a las cosas.
Y fue tu alma la que se traicionó.
Pues no había, en nada de todo
aquello, verosimilitud o verdad.
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