Hermanos, a ustedes,
mis compatriotas
despojados de su calidad de personas,
convertidos en estadísticas,
que fueron arrebatados,
de su humanidad,
olvidándonos que ustedes sentían.
No se preocupen
donde quiera que estén;
no son solo números,
no solo son noticias incipientes,
tienen aún sus nombres
cada uno,
guardados en la memoria colectiva,
de sus dolientes
y de los que conservamos la esperanza
de verlos nuevamente.
Los extrañamos a todos,
los extrañan sus madres,
sus hermanos,
amigos,
sus amores,
sus conocidos,
hasta los que no los conocen,
los siguen buscando.
Y los encontramos,
en la memoria entera
de un país sacado de cuento
por quienes los gobiernan,
y sacado de pesadillas
por quienes lo toleran.
Están ahí,
en el grito de justicia
de todos los indignados porque no están,
aquí,
los llevamos dentro y sus nombres no se van.
Porque estuvieron con nosotros,
fueron de nosotros,
somos el niño desaparecido
que jugando se lo llevaron,
la niña acusada falsamente de estar cogiendo
que sigue sin conocerse su paradero,
somos el par de hermanos inocentes
que acusan falsamente nuestros dirigentes.
No se esfuercen
por ser resistentes al olvido,
imposible que eso ocurra
mientras siga algún salvadoreño vivo.
Que no se nos olviden sus nombres,
para que al menos en el pensamiento
de todo el pueblo doliente
con el que comparten una nacionalidad,
que nos deja medio muertos,
no se les reste su humanidad.
Desaparecidos estamos todos
mientras no aparezcan,
y el clamor de mi patria entera empuje
a la justicia sosa que los mantiene
cruelmente impunes.
Somos Eduardo,
somos Eliseo,
somos Ivette,
somos Jimena,
somos todos los Carlos,
las Marías,
los Willfredos,
somos todos los nombres que no están,
porque con el dolor de los que los buscan
siempre es menester empatizar,
y tengan por seguro,
que ahora o mañana,
los vamos a encontrar.
Vivos…
los vamos a esperar.
Y si no…
Sus nombres…
eternamente se recordarán.