No soy experto en estas situaciones, pero igual he decidido compartir las instrucciones que, según yo, se deberían seguir.
Todo comienza en la desnudez del libro de una Mujer. Pon atención en cómo abres su tapa, tras la cual, su blancura queda expuesta ante el erotismo de su timidez. Ten en cuenta que su piel es el fondo de esa poesía, tersa y cálida noche que se muestra suave a la tinta que recitará cada uno de sus versos.
Empezando por la mayúscula de sus labios, caerás al abismo que se presenta en su piel. Ahí, con la cuerda que es tu pluma, te dejarás caer en la suave pared de su tez. Te será agresiva al tacto de tu calidez, pero es una roca fértil, virgen que otros “poetas\" no aprovecharon como debía ser. Será de tu elección el complacerla con tus labios en cada centímetro de su ser. Quizá sea en tu boca en donde quede grabada la motivación para seguir en esa poesía que para tí ella ya es.
Tal vez te encuentres a la altura con su ombligo, cálido refugio de los nervios de su timidez. Con sabiduría, tendrás la elección de sentirte a ratos perdido para luego seguir los pasos de ese camino que has decidido recorrer.
A la altura de sus caderas, encontrarás a la diosa Venus y la admiración de su belleza en esa montaña que se presenta a tu ser. Para ello deberás otra vez tener la fuerza suficiente como para adueñarte de su desnudez.
Ya en el fondo, encontrarás la primera y única página de esa poesía, no por ella restante de importancia de la blancura que a tus manos deben poseer. Luego de abrirla, procederás a recitarle con tu lengua toda rima que te venga a la vez. Te sabrás en el verso correcto cuando ella empiece a sudar en medio de sus espasmos, pues, estará disfrutando como loca de tu sensatez. Súmale ritmo a tu lengua, que no se detenga en esa sensación placentera que la ha de poseer. Juega al compás de la música compuesta por tu compañera y la destrucción de su timidez. Sé ahí dios poseedor de Afrodita, que su belleza tú has de poseer. Ella sentirá en los recuerdos de su ser esa grandeza que siempre quiso en su piel.
Ya en el clímax de tu rima, ella recitará con gritos el poema que ya es. Y con un chorro fluido de sus entrañas tendrá la manera de declararte dueño de su ser.
En la blancura de sus ojos al final, verás los resultados de tus versos; tus rimas serán eternas en la suavidad de su piel. En recuerdos se quedarán esos sentimientos recitados por tí, el poeta que siempre quiso poseer.