La vida son recuerdos a distancia
que vienen a llamarme por costumbre,
igual que las heridas los conservo
y me conmueve su propio vacío.
Queda el deseo en la ruina de mis manos,
los cuerpos que brillaron tantas veces
ocultan dentro torvas marismas.
Aquellos mundos van quedando atrás,
ocultan su arrogancia y tempestades,
lejano río que fluye poderoso
vencido por las nieves del invierno.
La noche intenta en vano seducirme
y un tiempo de alegrías añoro a solas,
miradas en ese ámbito propicio
ante el reflejo de la carne insomne.
Días que los años graban en mis ojos
transcurren como una carta no leída,
su llama duerme en los brazos del frío
bajo el oficio de calles umbrosas.
Pedazos del ayer se destruyen
en una cómplice y extraña rutina
que atrapa con dolor de tierra seca.
Las horas pasan con celo y fiebre,
cambiando sus pasiones la memoria
por esta edad confusa donde habito,
flor de lujuria que hoy mira otros patios.
Mas queda la luz en soleados rostros
detrás de sueños y labios vencidos,
rumores tibios que el verano escucha
en esta orilla de mis desamparos.