Micahela

Relato de una decisiĆ³n

El silencio me abrigaba y esculpia su mirada sobre mi rostro, era la apertura suficiente para comenzar a retratar en palabras este remordimiento. 
Mi padre cuando era niña vio en mi algo que todavía no estaba predestinado, fue vidente por un momento, si es que no lo fue toda su vida. 
El tenía una máquina de escribir antigua, de esas que podías encontrar entre las reliquias de las bibliotecas, muy grande y pesada. Siempre lo arrinconaba en una esquina de su librero, tan alto que me imaginaba siempre que al crecer podría llegar a su cúspide, el escribía constantemente en esa máquina y yo lo contemplaba de lejos. Mi mirada se apoyaba en sus manos, me cuestionaba su utilidad, la concentración por parte de mi padre, pero sobretodo, me cuestionaba lo que decía en esas hojas que salían con sutileza con esas manchas negras por todos lados. Mi ignorancia me hizo acreedora de la verdad. Siempre le preguntaba que estaba haciendo, - estoy escribiendo, hija - decía con su voz tan particular. 
¿Escribiendo? ¿Qué era escribir? ¿Yo podría hacerlo?, pero la respuesta que buscaba era que yo quería hacerlo. Así mismo, cuando mi papá tenía sus temporadas donde la maquina de escribir se refugiaba en el olvido, solía usar sus propias manos, un lápiz y papeles para escribir. Y siempre volvían a mi las mismas preguntas que le hacía con la máquina, -  Papi, ¿que estas haciendo? - le decía, - Estoy escribiendo, hija - me  repetía. Pero esa vez, su forma de mirarme significaba un pensamiento más hondo, como si estuviese leyendo a traves de mis deseos y mis dudas. - ¿Quieres escribir? - añadió. 
No recuerdo con cuáles de mis rostros respondí, o si mis incesantes preguntas callaron en ese momento. Solo recuerdo que asentí con osadía, tomó una de las hojas de papel, un lápiz y agarro una de mis manos para apoyarla con la suya y el lapiz. Iba al compás de su ritmo, con cautela me susurraba los nombres de las letras, consonantes, tildes, sílabas, y yo estaba deslumbrada por esas formas curvilineas, por esa forma de comunicarme con el y con el mundo al mismo tiempo. Yo solo era una niña de cuatro años que no sabía escribir aún, pero quería hacerlo con vehemencia. Después de esa lección, me otorgó el poder de hacerlo yo sola, pero esta vez sin su ayuda, voy a tener que admitir que la primera vez no fue como lo esperaba. Recuerdo sólo haber dibujado garabatos en círculos y en líneas rectas, y hacía el ademán de escribir perfectamente. Mi papá sólo atinaba a brotar sus sonrisas, y me satisfacia saber que lo podía hacer, pero a mi estilo. 
Papá siempre acostumbraba a regalarme libros, innumerables veces los que yo quisiera, a veces los elegía a su criterio, pero siempre atinaba a mis gustos o curiosidades. Libros nuevos recién salidos de alguna librería, o libros de segunda que me causaban una nostalgia como si los  hubiese perdido en algún momento y me estuviese reencontrando con ellos. 
A la edad de ocho años, en un reciente nuevo hogar al que todavía no me acostumbraba, una noche en un invierno nebuloso y tiritante, mi papá estaba deambulando como de costumbre, la maquina de escribir ya no estaba, su mirada había cambiado repentinamente, sus gustos se tornaron más dañinos. El alcohol y las drogas a veces suelen abrigarnos, invadirnos con su aliento cálido, pero luego, cuando se aburren tanto de nosotros, son muy desleales y se convierten en nuestro enemigo más perenne. Entonces, en una de sus introspecciones, me busco entre mis juguetes y me llevó a donde el se encontraba. Comenzó a hablarme de su pasado equivoco y glorioso, de sus innumerables y perfectas mujeres preteritas del cual supongo guardará una profunda obsesión de recuerdo, de el motivo por el cual estuvo preso antes de mudarnos, del cual me había confesado años atrás cuando regresó a casa después de mucho tiempo. Y luego me relató como es que vio en mi siendo tan pequeña una pasión que siempre estuvo conmigo aunque por momentos parecía olvidarla o dejarla de lado. En ese momento renació el mismo recuerdo que teníamos en común a cerca de mi curiosidad incesante de escribir como el lo hacía en la maquina de escribir o con sus hojas de papel y el lápiz. - Vas a hacer una mujer extraordinaria - me dijo con tanta intensidad en sus labios. Fui segura de mi decisión en ese momento, una de las más certeras. 
Papá siempre alardeaba de mi gusto literario, actualizaba mi itinerario al hacerme recordar de nuevas fechas de ferias de libros o entrevistas de escritores, programas literarios y de más. Se convertía en mi soporte fundamental para continuar escribiendo así me costará la vida hacerlo. 
Años después, con constantes delirios emocionales y tocando fondo al menos unas miles de veces, sin ser una niña que aún no sabe escribir, la claridad con que se presenta nuevamente mi pasión y como esta a su vez, invade cada célula y espacio de mi alma, con temor, libertad y con la misma curiosidad que siempre me acompaña desde niña por las irrealidades de mi mente, puedo asegurar que nunca había estado tan segura de mi decisión como en este momento. Con la vida entre mis manos, y con papá, el mejor maestro de literatura que alguien pueda tener.